Para cerrar los ojos
Israel González
Sólo Dios perdona; los hombres no. Aquí abajo la
divisa es “Ojo por ojo, diente por diente”. Ni Gandhi. Ni Mandela. Ni Andrés
Manuel López Obrador.
En Bangkok, al asesino se le corta la mano o se le
mata. “Ojo por ojo, diente por diente”.
Y si los narcotraficantes son de por sí despiadados,
los que aplican la ley no lo son menos.
Nada de quemar un pene y azotar a tablazos. En
Bangkok al narcotraficante se le cercena, degolla, extirpa un ojo, clavetea sin
miramientos, masacra ante la mirada de un niño famélico que hace más
insoportable el ajusticiamiento.
Los hermanos Julián y Billy son, a la vez,
narcotraficantes y consumidores. La droga, como suele ocurrir, ha terminado por
embrutecerlos y deshumanizarlos al grado de que Billy viola y mata a una
adolescente.
Desde Estados Unidos la violenta madre de estos
jóvenes, y líder del grupo de narcotraficantes, viaja a Bangkok para vengar la
muerte de Billy, su hijo predilecto.
La película “Sólo Dios perdona” (Nicolas Winding Refn,
Francia-Estados Unidos-Dinamarca, 2013) retrata con inusitada crudeza la
violencia de narcotraficantes y policías, deshumanizados, embrutecidos, además
del carácter de una verdadera madre sin entrañas.
Para cerrar los ojos.
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