lunes, 20 de mayo de 2013

Memoria y olvido, por Israel González


Memoria y olvido

Israel González

Un día la vida seguirá sin nosotros: girando, renovándose, en su devenir del cual ya no seremos -¡nunca más!- partícipes ni testigos.

Adolescentes, fuimos invencibles y eternos. ¿Qué era eso de morir? ¿Qué era eso de llegar a los cincuenta años y, después, a viejo? Los otros enfermaban y morían. Nosotros ni pensarlo. Éramos luz, relámpago, huracán...

Pero los años pasan y los excesos, cometidos o no, empiezan a cobrarle al cuerpo el arrojo inconsciente con el que emprendió todo lo que supuso era vivir.

Después de los cincuenta el tiempo transcurre con inusitada rapidez. Y el cansancio llega. Y los dolores  que no pedimos. Y la nada agradable dependencia. Y la “perra nostalgia” que escribió Efraín Huerta.

En La demora (Rodrigo Plá, Uruguay, México, Francia, 2012), el anciano Agustín empieza a resentir los estragos de los años vividos: pérdida de memoria, lentitud en un mundo que anda siempre de prisa. Pero eso no es lo peor. Lo peor es la dependencia hacia María, su hija divorciada y con dos hijos. Lo peor es saber que no hay modo de huir de ella como no sea con la muerte. Lo peor, digo, es la resignación a la fatalidad de que se es viejo y disminuido.

En 75 habitantes, 20 casas, 300 vacas (Fernando Domínguez, Argentina, 2011), Nicolás Rubio, otro anciano, en Buenos Aires, “inicia un cuadro sobre la casa de su niñez en Francia, pero no puede recordarla.”

¿Cuántas ventanas tenía?, se pregunta Nicolás. ¿Quién era aquel o aquella que hacía o decía tal cosa? Y comienzan a llegar los recuerdos en forma de lienzos, de pinceladas, de pequeños paisajes coloridos.

El recuerdo habla pero sus contornos son imprecisos. Y hay que pedir ayuda a los que se quedaron allá. Que envíen fotos, videos, palabras que precisen el número exacto de ventanas porque ya es una obsesión pintar la casa de la infancia que fue.

Aunque al final alguien le diga que la casa ya no existe. Y uno contemple, con estupor, cómo a la casa del anciano pintor solitario nadie se asoma. Como está solo con sus recuerdos de infancia.

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