La casa que fue
por Israel González
Mi casa termina en
un arroyo.
En el patio
larguísimo crece un limonero, árboles de jocote chiapilla e iguanita, papausas
blancas y rosas, un árbol de matarratón y un maguey enorme, epazote, tomate
rojo, chile “mira pa’rriba”, chipilín y maíz que mi papá acostumbra sembrar en
la época correspondiente.
Mi madre tiene
gallinas y pollos a los que torturo levantándolos del pico hasta que empiezan a
aletear de asfixia.
A veces mi papá trae de los lugares en donde
trabaja, animales diversos: una tortuga, iguanas con la piel de piedra, un
armadillo, un tlacuache, camaleones, unos cerdos felices de vivir en el lodo
hasta que concluyen sus días en la mesa de todos.
En tiempo de seca mis hermanas y yo recolectamos
caracoles del arroyo y mi mamá cocina un riquísimo caldo con ellos.
En tiempo de agua el patio se inunda de sapos que
intentan todo el tiempo, a la luz del quinqué, meterse a la casa.
Mi hermana la mayor se encarga de agarrarlos de una
pata y de arrojarlos otra vez a la oscuridad y a la humedad de afuera.
Me gusta andar descalzo y hacer barquitos de papel
que la lluvia se lleva.
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