Zozohua
Por Graciela Salazar Reyna
Mientras éramos testigos y víctimas
–sin luz eléctrica por más de dieciséis horas- de una apabullante tormenta con
viento, lluvia y granizo, en una “ciudad moderna” pensé lo poquita cosa que
somos los humanos expuestos a la fuerza de la Naturaleza ; tan pródiga
como implacable. En éstas, con tiempo para ocupar el ocio a oscuras y en lo que
nos gusta recordé a Augusto, Tito, Monterroso (1921-2003), quien dejó de estar en
físico hace diez años, para seguir acompañándonos desde otros espacios que
guarda la memoria. Además, justo por estos días, en 2000, recibió el Premio
Príncipe de Asturias en las Letras, concedido a aquéllos “cuya labor de
creación literaria representa una contribución relevante a la literatura
universal”.
Así pues, cualquier motivo es buen
pretexto para releer a Monterroso; me encanta uno de sus textos que ilustra, de
manera soberbia, candor e inseguridad adolescentes en los seres humanos de
todos los tiempos “La rana que quería ser una rana auténtica”. Qué manía esa de
no crecer, ¿verdad?; a expensas siempre del dicho de los demás, sobre lo que
soy o dejo de ponerme. ¿Tara sociocultural? No sé qué podrán decirnos
sociólogos y psicólogos; pero hace tiempo, al encontrarme con una nota generada
por una aportación científica de investigadores de la Universidad de Guadalajara,
sobre un antibiótico extraído de la piel de las ranas para combatir la ceguera
repensé en cuántas ranas reharían su vida sabiéndose tan, particularmente,
útiles.
Nuestro Tito Monterroso no erraba
jugando a establecer paralelismos entre humanos y “no pensantes”, cómo nos les
parecemos. Dejo para engarzar y compartir con ustedes un fragmento de esta
deliciosa historia.
“Un día observó que lo que más
admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se
dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y
sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta
que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana
auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella
todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que
parecía Pollo.”.
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