Zozohua
Por
Graciela Salazar Reyna
¿Hasta dónde influyó el feminismo en
la transformación de la imagen del padre de este siglo que inicia el tercer
milenio? Tal vez no lo sabremos bien todavía, pero de que lo hizo ni duda. Los
movimientos democratizadores, la lucha por la equidad, la defensa de las mujeres
por el derecho a salir de casa en busca de empleo, aunque fuera por quehacer
doméstico, pero asalariado; elegir como vestirse, con todo y cuota de
violencia. Socialmente, la mirada en torno al padre cambió y la mujer, en
particular, ha tenido que ver.
Pudo quitarse, como luego se dice, el
corsé que lo mantenía derechito, frío lo más posible y “nada de lágrimas”
porque podía tildársele de “marica”. Ahora hasta escuelas para padres existen,
con padres y madres. Ya no es tan mal visto ni raro que el varón desempleado se
quede en casa cuidando a los hijos, en tanto la mamá sale a trabajar. En fin,
no importa a nadie o casi a nadie que se hayan “ablandado” y que vean
telenovelas y lloren; lo cual, desde luego, no garantiza que sean mejores
padres. Pero sigue habiendo una exigencia moral y social hacia ellos; se hizo
oficial, además, festejar al papá el segundo fin de semana, en domingo, de
junio.
Para los amigos del trajín a propósito
de la celebración –padres o no aún-, cuyo lado más ingrato sigue pareciéndonos
el tinte comercial; dejamos aquí un fragmento[1]
de gran ternura, recogido de los recuerdos de Alfonso Reyes (1889-1959) sobre
su padre, Bernardo Reyes; militar de carrera, prácticamente dado al suicidio
frente a Palacio Nacional, el 9 de febrero de 1913. Valiosa la mirada del
escritor regiomontano que evidencia la atmósfera de una época y, de paso, nos
deja olisquear la fuerte presencia de las mujeres en su vida; de la madre,
quien seguramente le tocaba sufrir por los hombres de casa.
“Yo nunca vi llorar a mi padre.
Privaba en su tiempo el dogma de que los varones no lloran. Su llanto me
hubiera aniquilado. Acaso escondiera algunas lágrimas. ¡Sufrió tanto! Mi
hermana María me dice que ella, siendo muy niña, sí lo vio llorar alguna vez, a
la lectura de ciertos pasajes históricos sobre la guerra con los Estados Unidos
y la llegada de las tropas del Norte hasta nuestro Palacio Nacional (el 16 de
septiembre de 1847).
Como él sólo dejaba ver aquella
alegría torrencial, aquella vitalidad gozosa de héroe que juega con las
tormentas; como nunca lo sorprendí postrado; como era del buen pedernal que no
suelta astillas sino destellos, me figuro que debo a él cuanto hay en mí de
Juan-que-ríe. A mi madre, en cambio, creo que le debo el Juan-que-llora. Y
cierta delectación morosa en la tristeza”.
[1] Alfonso Reyes para jóvenes. Infancia y adolescencia. (Selección
de textos, comentarios y notas de Felipe Garrido), Gobierno del Estado de Nuevo
León-Secretaría de Educación Nuevo León-FCE, México, 2007.
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