Palabras
de Angélica de Icaza en la presentación de
Grandes enseñanzas para
pequeños corazones, de
Lorna Rocío Contreras G.
Antes que nada quisiera agradecer a Lorna la
oportunidad que me dio de leer sus cuentos y de compartir ahora con ustedes lo
que esta lectura me provocó. Creo que de eso se trata, que aquello que leemos
se conecte directamente con nuestras emociones, nuestros recuerdos, nuestros
sueños. Esa es la función de la literatura, y al lado de la literatura está la
vida que nos convoca a preguntarnos insistentemente el sentido de la existencia
y la pertenencia a un entorno que nutre día con día nuestra necesidad de
entender, de construirnos, de crecer.
La fortuna de tener un padre
amoroso y atento le dio a Lorna la posibilidad, no sólo de preguntarse sino de
ir descubriendo por ella misma lo esencial, lo verdaderamente valioso. Él quiso
compartir con su pequeña hija sus conocimientos, los que se refieren a vida
cotidiana (porque me imagino que también le hablaba de las cuestiones comunes y
necesarias para su educación) pero no se conformó con ello porque sabía que lo
de adentro es más importante que lo de afuera y puso todo su amor y su atención en acompañar a Lorna en su
desarrollo como ser humano.
Y cuando digo acompañar me
refiero a que él sabía, desde no sabemos dónde, que a los hijos más que
consejos o reprimendas hay que acompañarlos en la vida, porque la vida es de
ellos y el aprendizaje es algo personal e intransferible. Lorna tuvo esa
fortuna, pero también la sensibilidad para escuchar lo que su padre le quería
transmitir, en una edad en la que no nos interesa para nada el mundo de los
adultos. Aquí se juntaron las ganas de acompañar y las ganas de ser acompañada
a través de ejemplos concretos que después se convertirían en un descubrimiento
personal. Aquí tenemos el resultado de esa experiencia, y tenemos también un
homenaje, un reconocimiento al legado que recibió.
Los cuentos de Lorna nos
llevan a acercarnos, de una manera dulce y amable, al ejercicio de la
imaginación, al cuidado y al conocimiento de nosotros mismos. Ahí tenemos “El
arco y la flecha”, un hermoso cuento en el que vemos a una pequeña de
cuatro años, con los ojos cerrados, trayendo desde el espacio de su fantasía un
arco y una flecha con la punta de metal y plumas de colores en un extremo. Su
padre le va indicando cómo tomarla y cómo encontrar en un frondoso árbol un
pequeño círculo que será su objetivo. La niña da en el blanco y comprende en
ese momento y para siempre que saber lo que queremos en la vida es la manera de
alcanzarlo.
En “La tina con agua” le
muestra, con un juego sencillo, la importancia de cuidar nuestros actos y
nuestras palabras… “ya que las palabras y los pensamientos – le dice- van
acompañados de una poderosa intención. Esta energía está viva y es lanzada y
dirigida al universo, y con esa fuerza será devuelta al lugar de donde vino”.
Por último en “El espejo
misterioso que envió abuelita” nos
encontramos en un viaje. La niña ve en el espejo a una pequeña igualita a ella,
y después de un diálogo con su propio reflejo se hace, le hace y responde a las
preguntas que todos nos hemos hecho o deberíamos hacernos: quién soy, qué
quiero, de dónde vengo, a dónde voy…
Esto es lo que nos comparte
Lorna en su libro Grandes enseñanzas para
pequeños corazones, y después de leerlo nos quedamos con más preguntas,
pero de eso se trata también, de hacer de la duda un mar incesante que nos lleve
a ser mejores personas.
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