Zozohua
Por Graciela Salazar Reyna
Entre la
celebración de la primavera, el natalicio de nuestro benemérito y el día
mundial de la poesía se mueve la violencia con afiladas garras, por todo el
país; medio centenar de víctimas en dos días, fin de semana aterrador, para
quienes les toca ver y escuchar de cerca impactos o cadáveres puestos en
cualquier calle, donde debe transitarse durante el día para realizar los
quehaceres cotidianos. Esto en el pórtico de la semana mayor preparándose,
deveras, la pasión de Cristo, sangre y más sangre derramada y expuesta
públicamente; lo cual, seguro, no redimirá los pecados de nadie.
Con asombro,
vemos que la instancia recién estrenada en México, para encargarse de disminuir
la violencia (Comisión Nacional de Seguridad y su titular), se dedica a
minimizar la realidad que –en Guerrero, Nuevo León, Tamaulipas, Jalisco, Estado
de México, Durango, Morelos, Oaxaca, Michoacán y otras entidades- por más que
quieran no puede ocultarse. Las autoridades no solo han perdido, hace mucho
tiempo, su capacidad de asombro sino la noción de vergüenza y compromiso del
servidor público para con la ciudadanía.
Cada vez más
cobra sentido en el imaginario “Si Juárez no hubiera muerto”, se agiganta la
figura de la honradez humanizada en aquel indio, tan natural de su tierra, de
la que uno quisiera nuevo rebrote. Dejo aquí a los que esperan aún la primavera
y con ella se resisten a que nuestro país termine abatido por el deshonor y la
violencia, un pasaje que aleja por un momento de la tristeza; y, permite seguir
ensartando cuentas de esperanza.
“Su andar era firme, como aquel que está
acostumbrado a caminar entre breñas y sobre rocas. Sus pies eran sabios como
eran sabias sus manos. Desnudos los tuvo toda la niñez: los dedos de los pies
flexibles, prontos a sortear y a acomodarse a las desigualdades del terreno:
garfios para mantenerlo firme sobre la tierra. (…)
Era pudoroso, indio al fin. Tenía limpio
el cuerpo como tenía limpia el alma. Se bañaba todos los días, al amanecer, con
agua fría, como en su niñez, con aquella agua que fluía por los muslos de la
montaña, que dijo Ralph Roeder.”[1]
No hay comentarios:
Publicar un comentario