Utilidad de la lectura
Israel González
Quien lee conoce, sabe, se interroga, busca. Un
texto lleva a otro. Una interrogación conduce a una respuesta y en ésta hay
casi siempre una nueva pregunta. Sólo la muerte (esa absoluta) es capaz de
apagar esta sed de respuestas que somos, esta ansia de luz, de certezas.
Detrás de un buen lector hay una gran avidez de
autosuficiencia y de verdad. No la petulancia del que recita fechas y nombres,
del que acumula páginas como el avaro hasta la más ínfima moneda, sino la
fraternidad del buen samaritano que ofrece un poco de agua al viajero sediento,
la verdad, su verdad revelada.
Gracias a la lectura, por lo demás, pudo salvarse
el cuervo de la fábula:
El cuervo, subido a un árbol, estaba no con un
queso según dice la fábula clásica, sí con un sangriento pedazo de carne en el
corvo pico. Llegó el zorro. El olor lo hizo levantar la cabeza, vio al cuervo
banqueteándose, y rompió a hablar:
-¡Oh
hermoso cuervo! ¡Qué plumaje el tuyo! ¡Qué lustre! ¿No cantas, cuervo? ¡Si tu
voz es tan bella como tu reluciente plumaje, serás el más magnífico de los
pájaros! ¡Canta, hermoso cuervo!
El cuervo se apresuró a tragar la carne, y dijo al
zorro:
-He leído
a La Fontaine.
(“Otra vez le corbeau et le Renard”, de Álvaro
Yunque, en Valadés, Edmundo: El libro de la imaginación, México, F.C.E.,
1993, 7a. reimpresión, p. 203).
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