Zozohua
Por
Graciela Salazar Reyna
En pocos días se han llenado páginas y
páginas, impresas y virtuales, con el tema de “la maestra”, desde su aprehensión
el martes pasado. No voy en defensa, por supuesto, de un caso indefendible para
cualquiera que tenga un poco de conciencia civil y memoria del papel,
denigrante y corrupto, de la persona en cuestión, en uno de los ámbitos más significativos,
en una sociedad que se precia de aventajada, si no en lo político sí
culturalmente: Justo en la educación.
No obstante, me molesta –confieso- tanta
sorna sobre el árbol derribado, hasta hace unos días intocable “engendro priísta”;
no por sus cirugías faciales y gestos tan retratados, para comparar con
populares criaturas cinematográficas del terror: me refiero a la
materialización del mejor modelo de dinosaurio, salido de las filas priístas
que retoman la presidencia del país, después de 12 años de ausencia. Representa,
sin duda, lo más retrógrado e indeseable para una democracia en ciernes, al
menos en proyecto. Y resulta inevitable preguntarse ¿a dónde puede llegar el
poder autoritario en aras de legitimación?, ¿a devorar a sus propios hijos?
Lo más preocupante y lamentable aquí es
la forma de ejercer justicia, sobre uno de los miles o decenas de miles,
hablando conservadoramente, de ladrones, de alzada similar al del personaje
capturado -mujer para colmo en un país de tendencia machista- y que, sabemos,
pueblan la geografía política mexicana; funcionarios de alta y mediana jerarquía,
más los respectivos achichincles, quienes han copiado sus mañas de rampante
impunidad. Además, intuyo, no es la mejor enseñanza de valor y respeto, para la
población, tampoco de credibilidad y confianza en el quehacer de nuestras
instituciones; tratándose de desquites y ajustes de cuentas ¿quién traga más
pinole?, ¿cuántos andan sueltos, en este juego macabro?
Recuerdo una de las fábulas de Augusto
Monterroso, de la que dejo un fragmento, para seguir ensartando juntos.
“(…)
durante un insomnio en los que había caído desde que sabía que sabía tanto, el
Mono hizo aún otro descubrimiento sensacional: la injusticia de que el León,
que contaba únicamente con su fuerza y el miedo de los demás, fuera su jefe: y
él, que si quisiera, según leyó no recordaba dónde, con un poco de tesón podía
escribir otra vez los sonetos de Shakespeare, un mero subalterno” (El sabio que
tomó el poder).
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