Lengua del sur
Israel González
*
De la ciudad de México, a doce horas en autobús,
se encuentra Tuxtla Gutiérrez. En avión, a tan sólo cuarenta y cinco minutos.
*
Chiapas es México y es Centroamérica. Hubo un
tiempo en que perteneció a Guatemala. No sabía si quedarse con melón o con
sandía. Pero se quedó con sandía. Y desde entonces, sigue siendo ceiba pero
también nopal; jaguar pero también serpiente.
*
En el parque Cinco de Mayo, frente al
Centro Cultural “Jaime Sabines”, los muchachos indígenas venden dulces y
cigarros o lustran zapatos.
En el mediodía cada vez más quemante, los escasos
transeúntes desaparecen en las combis rumbo a las colonias de los suburbios
(donde el sol quema más, donde la vida no tiene muchas veces árbol bajo el qué
guarecerse). O abordan el transporte que recorre la Avenida Central , hacia el
poniente, hasta Terán o un poco más allá, en el desvío a Juan Crispín, rumbo a
la ahora casi desmantelada, por el neoliberalismo cada vez más infame, Escuela
Normal Rural “Mactumactzá”.
*
Mientras camino por las calles de San Cristóbal
con dirección al centro, recuerdo que ayer los indios no podían caminar en las
aceras, reservadas a la clase pudiente, a la raza blanca. Les estaba vedado
levantar la mirada, alzar la voz, vivir.
*
De los altos de Chiapas, de la tierra fría bajan
los indios a Chiapa y a Tuxtla en busca de sustento. Venden sus manos que
fabrican artesanías. Y dulces. Y cigarros. A bajo precio porque no tienen el
mal hábito de robar.
*
En la plaza central de Tuxtla descienden las
palomas a alborotar el tiempo, a comer nada. Sus alas polvorientas nos
recuerdan que jamás podremos volar. Y que tenemos que vivir -dolorosa,
fatalmente- atados a la tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario