miércoles, 8 de mayo de 2013

Zozohua, por Graciela Salazar Reyna


Zozohua
Por Graciela Salazar Reyna

De plácemes deberíamos estar, festejando que el gobierno de Francia reconoce, como nosotros, a una de nuestras más congruentes periodistas mexicanas, Carmen Aristegui. Misma que recibió, la semana pasada, insignia Caballero de la orden de la legión de honor; merecida por quienes en México defienden la libertad de expresión y la democracia. No obstante, cual película de terror están allí, una vez y otra, escenas con imágenes impactantes a lo largo y ancho del país, donde no terminan las ejecuciones; sumando cifras y nombres a los relatados en los medios que se atreven a decir y contar.

Ejecuciones por decenas o docenas a la semana, el caso es que nunca sabemos, por parte de las instancias responsables de las investigaciones dónde, cuántos y quiénes quedan en el sitio que demanda la justicia; a los ciudadanos no se nos rinden cuentas, hasta que las ONG’s reclaman y exigen que se informe del seguimiento en el que están involucrados como víctimas o familiares de éstos. Se cruza también, dejándonos una gran amargura y la idea de estar en indefensión, enterarnos, por ejemplo, que entre 2006 y 2012 –según datos del IFAI- tenemos en el país 379 bandidos, vinculados al narco y  con derecho a ser protegidos por 12 años; de los que no se nos dice, por no poner en riesgo su “integridad” y la de sus familias.

Es natural que los ciudadanos mexicanos de a pie, particularmente las víctimas y sus familiares, nos sintamos indignados; los asesinos son los protegidos. Esto huele mal a kilómetros de distancia. Cómo no ha de encontrarse uno en los versos que evidencian situaciones similares; ¿de qué estaremos hechos?, me pregunto. Y dejo aquí, para ustedes, un fragmento de este poema[1] (Carta 1 del salvadoreño Salvador Medina Barahona) que engarza con la necesidad de encontrar respuestas.

Vengo de la misma fauna de mortales, /de la misma tribu, y /lo que hoy te avanza, /lo que hoy se sumerge en ti como en un túnel, /es como el fuego que fue principio y  /puede ser final. //Vengo del mismo vacío, del mismo espanto /del que vienes: /Selva es selva, /y en ella todos alguna vez jugamos /a levantar la vida. /La espada ha caído, / ha hecho su danza de odio y muerte en tu cabeza, / y no hay palabras que puedan falsearle el nombre /a este vértigo en la historia, /a esta vieja amenaza que aún no delata /a sus culpables.





[1] Jinetes del aire. Poesía contemporánea de Latinoamérica y el Caribe. (Selección de Margarito Cuéllar, prólogo de Julio Ortega), Universidad Central del Ecuador-Universidad Autónoma de Nuevo León-Ril editores, Chile, 2011.

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