Zozohua
Por Graciela Salazar Reyna
Yo soy el
ingrato, hermanos,
que a débiles y
forzudos
los hice bailar
desnudos,
la polka, chotis
y enanos.
Por esos gustos
profanos
y pasión tan
arraigada
está la
sentencia dada
que muera yo
ajusticiado,
por eso muy resignado
voy a concluir
mi jornada.
Veinticinco años
y meses
pude en la vida
contar,
y si ésta va a
terminar
lo he merecido
mil veces.
No culpo en ello
a mis jueces
la culpa la tuve
yo;
si el Consejo
sentenció
que muriera
fusilado
debo ser
ejecutado,
ya el día se me
llegó.
Leen ustedes
aquí dos estrofas de una variante del “Corrido de Agapito Treviño, Caballo
Blanco (1829-1854); famoso bandolero que inició su carrera de asaltante a los
17 años de edad, poco le duró el gusto, ya que como dice una de las décimas,
donde se muestra resignado y arrepentido, fue fusilado a los 25. Ofrezco tratar
más adelante el tema del Corrido. Ahora, cavilando en tiempos niños, quise
compartir con ustedes estos versos de quien escuchábamos de los abuelos,
familiarmente; nos emocionaba pensar que un día lo encontraríamos, yendo por su
tesoro escondido en una de las oquedades del cerro de La Silla , pues como bien se ha
dicho de Agapito Treviño, “consagró el emblema y se integró al paisaje”[1]
de la ciudad. No se parece a los bandidos de hoy.
[1] Garza Quiroz, Fernando. Caballo Blanco. Mito y leyenda de Agapito
Treviño. Cuadernos del topo, ensayo, México, 1996
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