Por Graciela Salazar Reyna
Alguien comentó,
mientras festejábamos en familia el día de las madres, que existen diferentes
niveles de maternidad; ignoro si haya quien se atreva a medir y cuantificar
grados o niveles, pero nos quedaba claro a los allí presentes que parir no
tiene nada que ver con el amor maternal ni con eso que entendemos como instinto
de madre. Basta con mirar un poco en
torno nuestro, para darnos cuenta de que así como las hay que se abren las
venas a cambio de la vida de sus hijos, en cualquier momento y terreno, otras
no descubren, en toda su existencia, el sentido de esa relación filial impuesta
por un mero accidente carnal, en el que nunca se tuvo en agenda hacerse cargo
de un hijo.
Ya sé que
hacerse cargo y amar no tienen que ser lo mismo, pero cuando amamos nos hacemos
cargo, a veces, sucede a la inversa. Pero tal vez el error de los que observan desde
fuera radica en esperar, dado el papel que socialmente se impone a la mujer
madre, o a la mujer por el hecho de ser mujer que responda amorosamente al
estímulo de haber parido. En todo caso debía responsabilizarse al padre de lo
mismo, aunque no hubiera parido carnalmente, como Zeus a Minerva; debía
esperarse a cuenta de razón o de civilización, una vinculación de espíritu o al
menos intelectual.
Esto vino a
colación del origen tan distinto de la celebración del 10 de Mayo, allá en
1870, cuando una osada mujer, Julia Ward Howe, proclamó el Día de las Madres
con intenciones pacifistas, intentando hacer conciencia del desarme y se
pronunciara contra la guerra en Estados Unidos de Norteamérica. Luego el
presidente Woodrow Wilson lo establecería, en 1914, como festividad el segundo
domingo de mayo. En México tuvo lugar, a partir de 1922; larga y penosa historia,
relacionada con motivos muy distantes del amor maternal y más bien cercanos a
la política y el comercio.
Pero el engarce
en esta ocasión lo hacemos a propósito del siguiente aniversario de nacimiento
de Alfonso Reyes (1889-1959) el próximo 17 de mayo, del cual se recuerda –a
través de su pluma- no sólo la fuerte presencia de la madre, sino la de su
nodriza a la que dedica sus líneas en diversos momentos. Comparto un fragmento[1]
que en lo personal me enternece, porque da cuenta, no sólo del significado de
amamantar sin haber parido al que se amamanta, sino del vínculo amoroso y
perdurable que, en este caso el adulto, Reyes, conserva desde la niñez de
Alfonso.
“Una inmensa
campesina de bronce, tan bella como para asustar los deseos, tan serena que las
lágrimas parecían postizas en su cara. (…) la otra Ceres india, la del maíz,
fresca como pozo de agua en la sombra. Llevaba en brazos un precioso muchachón
rollizo, y se quejaba a la gobernadora; (…). Así llegó mi nodriza Paula
Jaramillo”.
[1] Alfonso Reyes para jóvenes. Infancia y adolescencia. (Selección
de textos, comentarios y notas de Felipe Garrido) FCE-SE Nuevo León-Gobierno de
Nuevo León, México, 2007,
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