¿Dónde quedó
la gorrita?
Israel
González
El
sábado, a las nueve de la mañana, Gabriel lavó la gorra recién comprada y subió
a colgarla en la azotea solitaria.
Después
de desayunar y hacer algunas compras, Gabriel regresó a casa y subió a la
azotea por su hermosa gorra color hojarasca: la prenda ya no estaba y sí la
ropa del nuevo vecino.
Molesto
y desconcertado, Gabriel pensó en los tres años que llevaba viviendo en ese pequeño
edificio y nunca se había perdido nada.
Gabriel
recordó la inseguridad que recorre el país y a una compañera de trabajo recién
asaltada en el microbús.
Gabriel
marcó el teléfono de la encargada del edificio, pero la mujer no se hallaba.
Gabriel
contó el incidente a un amigo y éste le aconsejó que preguntara al vecino
recién llegado por su hermosa gorra de ciento cuarenta pesos.
De
pronto, Gabriel escuchó que alguien abría la puerta de la azotea.
Gabriel
subió a zancadas y encontró al vecino diminuto descolgando su ropa.
Gabriel
–quizá alterado- explicó al vecino el extraño caso de su gorra desaparecida.
El
vecino –asombrado- comentó que él había bajado una porción de ropa y que quizá,
sin querer, se había pegado al envoltorio la misteriosa gorra; que indagaría y
subiría luego a verlo.
Desde
la ventana Gabriel observó su gorra en la cabeza del otro nuevo vecino que
apenas se estaba cambiando.
Desde
la misma ventana Gabriel vio cómo el vecino diminuto hablaba con el otro nuevo
vecino mediano y éste se quitaba su gorra y se la entregaba.
En
cuestión de segundos Gabriel escuchó que tocaban a la puerta: era el vecino
diminuto con la gorra extraviada, ofreciendo disculpas.
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