Nuestra
casa
Israel
González
Me
encanta la gravedad. Gracias a ella los seres humanos no flotamos, no volamos,
permanecemos pegaditos, fieles a esta tierra que nos vio nacer y que un día nos
verá morir para quedarnos para siempre en ella.
¿Y qué
decir de esa capa de gases que nos envuelve protectora?
¿Qué
decir del suave manto de la atmósfera que transforma los violentos rayos del
enemigo/amigo sol en apacible luz, en vida que esparce su semilla a lo largo y
ancho del mundo?
Aquí la
vida (redonda y azul) se llama agua, árboles, montañas, aire, colinas, sueños,
caminos.
Más allá
de nuestra breve e inmensa casa sola está el espacio aterrador, la oscuridad
sin fin, el infinito huyendo hacia todas partes.
¿Dónde
apoyar el pie? ¿Con qué aire respirar? ¿Hacia dónde ir y venir?
Más allá
somos menos que nada.
Nuestra
soledad cósmica (sin la bulla de vecinos cercanos, sin puertas ni ventanas) es,
en verdad, aterradora...
Gracias a “Gravedad” (Alfonso Cuarón, Estados
Unidos, 2013), con la excelente actuación de Sandra Bullock y George Clooney,
somos conscientes otra vez de lo afortunado de vivir en tierra firme.
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