De
Éric Marváz, Luisita Araujo y Maya Lima.
Por
Arturo Texcahua
A las 9 en el kiosco
de Santa María,
leí nuevamente el mensaje de Éric Marváz (así le gusta escribirlo, con acento
en la “a”, aunque no se ajuste a ninguna regla ortográfica), y después vi por
todos lados para encontrarlo. No estaba y eso no me pareció extraño, porque él
y yo no somos muy puntuales en nuestras citas. Ya pasaban 20 minutos de la hora
fijada y él no estaba. Yo había llegado tarde, lo sabía, pero estaba seguro de
que andaba por ahí. Voy a esperar otros cinco minutos antes de llamarle por
teléfono, pensé.
Mientras,
veía a las personas que paseaban a sus perros, a unos chicos que parecían
haberse escapado de una preparatoria y se habían acomodado en las escaleras del
kiosco, a algunos corredores que deseaban arterias sanas, y, sobre todo, a un
hombre que encabezaba un baile de salsa, un maestro –parecía--, con un aparato
portátil con música a alto volumen, y tres mujeres de mediana edad que seguían,
casi sincronizadas, cada uno de sus pasos. El ritmo de la música me contagió y puse
atención a la letra de la canción que después me enteré que era de Álvaro
Ricardo:
¿Por qué será que los amores prohibidos
son más intensos que los permitidos?
Te llenan tanto aunque sea con un poquito
y uno se conforma hasta
con el toque de las manos.
¿Por qué será, por qué será
que los amores prohibidos
nos vuelven locos más fácilmente?
Es
cierto, condescendí con la melodía, lo prohibido atrae.
Debo
confesarles que me gusta la salsa, pero la escucho poco. Y aún menos la bailo,
digo como se debe. Cuando hay oportunidad, lo intento con algunos pasitos
arrabaleros que me enseñó una amante que antes de hacer el amor me exigía, como
un rito de estimulación erótica imprescindible, bailar cumbia, merengue y
salsa, y bebernos unos tragos de tequila. Funcionaba, pues nos colocaba en un
punto muy alto donde gratamente se reunían nuestras energías. No obstante mis
esfuerzos dancísticos, al ritmo yo lo extravié en alguna época de mi
adolescencia y aún no lo encuentro.
¿Pero
Éric?
Lo
llamé.
--¿Qué
pasó, hermano? ¿Ya estás en el kiosco?
--Sí
--Mira,
yo estoy a unas cuadras, pero en contra esquina de El globo hay una cafería.
Allí está Omar.
Encontré
a Aghatokles con Luisita Araujo. No la conocía y me dio gusto ver sus enormes
ojos verdes. Pensé que era más alta. Omar tomaba una cerveza y ella un café. Yo
no pude pedir nada porque no traía efectivo y allí no aceptaban tarjeta.
Habló
Éric por celular, que fuéramos a donde él estaba. Un par de pequeñas cuadras.
Llegamos a un local que está en Mariano Azuela, oculto por cortinas negras, una
barra, sillas altas, 30 metros cuadrados o un poco más.
--Lo
renté con Pedro Carpintero, aquí haremos fiestas privadas. El templo de Morvoz
tendrá su sede en este lugar.
Una
primicia, pensé.
Ya
estaba en ese futuro sitio de embriague, Kim, una de las modelos de Marváz.
Dos
vehículos, uno de ellos una camioneta, estaban estacionados con una carga de
libros y otros materiales que se llevarían a Teotihuacán.
--Yo
no podré ir, Éric, vine a decírtelo y por el café que te pedí (Éric cosecha un
café muy rico en un rancho familiar cercano a Xalapa). ¿Lo trajiste?
--Se
me olvidó, pero mira… la nueva edición de Los
amorvozos.
El
libro aún olía a tinta.
--¿De
verás no vas a ir?, preguntó Omar.
--No
puedo, tengo que estar en la delegación Xochimilco al rato, en una reunión, lo
lamento.
Cuando
emprendí mi retiro, encontré a Ray Manzanárez, que iba llegando.
Me
perdí esa presentación en Teotihuacán, pero para ese día habían surgido otros
planes.
Regresé
a la estación San Cosme del Metro por Jaime Torres Bodet y al ver la secundaria
Moisés Sáenz, recordé que yo también estudié en una secundaria con ese nombre,
pero en Mexicali, y aquella escuela era estatal y tenía como director a El Pachas,
un profesor alcohólico que mantuvo, mientras estuvo al frente, una banda de música
juvenil que llevaba a todas partes, para presumirla y obtener favores. Eso y mi
maestro de ciencias sociales eran lo único bueno, lo demás rodaba con la mínima
inercia.
Cerca
de la secundaria está la estación San Cosme y encima de ella unas instalaciones
del Gobierno del DF que por muchos años albergaron a Socicultur y después al
Instituto de Cultura, donde trabajé en tiempos de Alejandro Aura, a quien
conocí en Difusión Cultural de la UNAM, cuando yo era cronista de esa
dependencia universitaria. Crisanto Cacho y Ernesto Pirsh fueron mis jefes. En
ese trabajo no me dediqué a escribir ni a organizar lecturas, no, yo
administraba todo lo relacionado con las computadoras y las redes del Instituto,
como ejemplar Jefe de la Unidad Departamental de Informática.
Desayuné
en el Vips de Ribera de San Cosme porque no me quedó de otra. No traía
efectivo, tampoco tarjeta de débito para obtener dinero de un cajero. Comí unos
huevos a la mexicana y consulté mis correos electrónicos. Después fui al Museo
Nacional de la Revolución, a ver a Miguel Enríquez, el curador, quien me
presentó al director, y acordamos que se presentará en ese lugar el libro Hubo una vez una revolución en Xochimilco,
el 25 de noviembre. Quedó muy funcional ese museo después de su reciente remodelación.
Afuera
noté que los del 132 aún seguían acampados debajo de la cúpula de lo que un día
se pensó sería el congreso del país.
Luego
aún tuve tiempo de visitar el Museo de San Carlos, donde descubrí que hay un
auditorio bien equipado para realizar presentaciones y que la hermana de Luis
Mario Moncada es la encargada de las actividades culturales en ese lugar.
Enseguide
regresé a Xochimilco para atender lo del Consejo de Cultura.
Estoy
tratando de que el blog de Trajín sea más leído y tenga, en principio, una
mayor presencia como alternativa literaria, amén de ser una propuesta cultural.
Hoy nuestros lectores tienen perfiles muy diversos. La tercera parte de ellos
son extranjeros, de Estados Unidos, principalmente, aunque también nos visitan
internautas de Rusia y Alemania. Lo curioso es que sus números superan los
correspondientes a los países iberoamericanos. Y de México, tenemos visitas de
todo el país. Nuestra incidencia en Xochimilco se logra más por medio de
Facebook y correos electrónicos. El propósito es ofrecer más comentarios,
opiniones, críticas diversas sobre literatura, principalmente, y sobre otras disciplinas
cercanas, como el cine y el teatro.
Por
ello he estado incorporando a colaboradores de primera, con distintos temas y
visiones. Primero fue Jaime Velasco, luego Israel González y la semana pasada
Maya Lima y Graciela Salazar Reina. Para que distinga este apartado abrí un
nuevo blog: trajinopinionycritica.blogspot.mx, el cual, en menos de una semana tiene
más de 300 visitas.
Estoy
buscando entre los amorvozos otros colaboradores. Me gustaría alguno que
hablara de erotismo. Sería muy interesante, porque quiero que también esté
presente en este espacio una visión del mundo de ese tipo. Nuestros lectores
son diversos y quiero atender esos distintos intereses. Podría ser una columna
que cada semana hablara de algún libro de reciente publicación, o informara lo
que se está haciendo en México en ese terreno, o que nos hablara de la historia
del tema, o presentara crónicas relacionadas con este asunto. Hay mucha tela de
donde cortar.
La
columna de Maya Lima ha sido muy bien recibida, más de 100 lecturas en una
semana. Maya es una mujer alegre, abierta y sincera. En estas primeras palabras
hay reflexión y crítica que han atraído a los lectores. Esperamos que siga
igual.
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