El Coloquio Internacional de Literatura
Mexicana e Hispanoamericana de la Universidad de Sonora transcurrió conforme al
programa establecido.
El lugar es hermoso y pequeño. Está
limpio de grafitis y tiene alumnas bellas.
El miércoles por la noche se realizó el
brindis de bienvenida. En el jardín central de la escuela de Lingüística y
Literatura se ofrecieron ricos bocadillos (tostaditas, burritos, sopesitos
–gorditas les dicen aquí–, quesadillas con tortillas de harina, sangría y sodas
–como se les llama a los refrescos. Todos quedamos satisfechos, hasta una
compañera vegetariana que no encontraba algo sin carne.
Sobre textos, autores, posturas y
sucesos literarios, en el coloquio se expresaron explicaciones, análisis,
revisiones, glosas, apuntes, reflexiones, estudios, rescates, puntualizaciones,
respuestas, planes, visiones, perspectivas, impresiones, puntos de vista, investigaciones,
palabras, valoraciones, discursos, intenciones, juicios, guiños, reconstrucciones,
conclusiones, significaciones, apreciaciones, diferencias, percepciones,
referencias, citas, provocaciones, preferencias, posibilidades,
reconocimientos, clasificaciones, precisiones, ritos de iniciación, caminos.
Sirvió para conocer a colegas; fue una oportunidad para compartir un trabajo
solitario y poco proclive a la socialización.
Al mismo tiempo, el encuentro fue
escenario de muy desatinadas especulaciones, de disparatadas presunciones, de refritos,
palabras huecas, plagios, elucubraciones, locuras, repeticiones, lecturas
ociosas, halagos mutuos. Sirvió además para justificar un empleo o para afianzar
una beca; fue pretexto para pasear a la familia, a la esposa, al esposo, al
novio, a la novia, al amante; permitió viajar, huir de la rutina laboral y de
la familia; ayudó a olvidarse de los compromisos y de los hijos; facilitó algún
ligue (ya se hicieron algunas citas de amor) y a conocer personas que no son
del gremio: como un empleado de un hotel, una camarera simpática, un taxista
dicharachero; fue razón para tomarse unas vacaciones sin remordimientos;
también permitió comprar souveniers, probar nueva comida y conocer costumbres
distintas.
Los asistentes nos sentamos frente a
los ponentes y oímos, escuchamos, entendimos, aprendimos, tomamos nota,
copiamos ideas, nos actualizamos, nos dormimos, pensamos en las actividades y los
problemas pendientes, escribimos mensajes en el celular, concebimos historias de
ficción, miramos a los otros, los criticamos, presumimos lo que no sabemos.
Temas tratados: literatura mexicana del
siglo XIX, del siglo XX, del siglo XXI; de Chiapas, de Sonora; narrativa
actual, literatura chilena, argentina, uruguaya, colombiana, caribeña; género,
posmodernismo, el Crac, poesía contemporánea; revistas literarias; teatro,
migración y frontera, contexto, estrategias discursivas, el proceso creativo,
estudios comparativos, memoria, biografía, teoría literaria, novela del narco,
violencia, ismos, Fuentes, mujeres en la literatura, construcción del
personaje, espacio literario, Cortázar, novela histórica mexicana, literatura
fantástica, otras expresiones artísticas, Bolaños y Los de Abajo.
Aún así faltaron otros muchos asuntos.
El viernes terminó el coloquio con una cena
(carne asada para variar), baile y algo de vino.
Gracias por todo, Universidad de
Sonora.
Dejé las Suites Kino, donde me hospedé
felizmente durante el resto de mi estancia en Hermosillo. Es un edificio con
algo de historia. Fue construido en el siglo XIX y está al pie del Cerro de la
Campana, lugar emblemático de la capital. Es una enorme peña que ahora es
mirador y sitio donde se ubican las antenas de televisión.
El sábado por la madrugada viajé a
Mexicali.
De la capital de BC luego les cuento.
P.D. No ocurrió nada de lo advertido
por el chismoso taxista. Qué mejor.