domingo, 12 de abril de 2015

Instrucciones para aceptar los errores en nuestra lengua, por Arturo Texcahua

Instrucciones para aceptar los errores en nuestra lengua
Por Arturo Texcahua

Sé que toda lengua viva está en permanente movimiento. Sus usuarios la moldean, la edifican, la establecen mediante una práctica que transita entre la tradición y la novedad. Los nuevos usos se van imponiendo poco a poco. Lo que hoy es un error mañana podría estar autorizado por las instituciones que regulan y norman su uso. Para quienes estamos del lado de la tradición, porque la estudiamos, la enseñamos y cuidamos sus reglas estos nuevos usos parecen siempre errores que lo mismo sorprenden como preocupan. Al escribir o hablar la mayoría de la gente comete errores, sea por ignorancia o por descuido. Errores (o erratas como se dice en términos editoriales) hay hasta en los libros de las más prestigiadas editoriales. Lo grave es la cantidad, dónde se observan y quiénes los cometen, pues para los que tienen un conocimiento muy básico de su lengua, ver o escuchar estas faltas (en anuncios espectaculares, en el cine o en cadena nacional) los desorientan, los confunden o reafirman sus prácticas equivocadas.
El gobierno tiene la obligación de procurar el correcto uso del español mediante las instancias a su alcance: escuelas y oficinas, y promoviendo que esto también se haga en el ámbito editorial, así como en la radio y la televisión. Hoy parece que no se hace lo suficiente para cuidar nuestra lengua nacional, la prueba de ello es que por dondequiera vemos errores ortográficos, gramaticales y de vocabulario. Están en el modesto taller de quien hace “travajos de erreria”, como en el comercial televisivo de un banco internacional; se encuentran en los espectaculares (de empresas y políticos) colocados en las principales calles de la ciudad (pese a las promesas gubernamentales de quitarlos), al igual que en los libros de texto gratuitos que se distribuyen por millones; se descubren entre quienes participan en los medios de comunicación audiovisuales, sean reporteros, conductores, locutores, actores o servidores públicos (no olvido el “mas sin embargo” de José Ángel Córdova Villalobos cuando hablaba de la influenza), como se hallan en los diarios y en internet o en los mensajes que llegan al celular. Están en todas partes ensuciando la reputación de quienes los cometen y de nuestro país.
No sé quien tiene más responsabilidad (o culpa, según se vea), si el sistema educativo (y no únicamente los profesores de español), la televisión y la radio o los servidores públicos de alto nivel que dan mensajes en cadena nacional.
Sin embargo, ante ello debemos conducirnos con optimismo, ver lo bueno y no lo malo como pide Enrique Peña Nieto (tan necesitado de aplausos y vivas ante las sospechas de corrupción y abusos de poder de él y de su círculo cercano de colaboradores); reconocer las noticias que anuncian un nuevo mundo feliz. Por ejemplo, había errores en los libros de texto, pero ya se corrigieron; hace 50 años la quinta parte de los mexicanos no sabían leer y escribir, ahora solamente son un poco más de cinco millones, las escrituras se vigilan cuidadosamente… pero en las notarías públicas. Simplemente seamos positivos.

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