El extraño del lago
Por Israel González
El deseo suele ser compulsivo y no se agota en un cuerpo.
Un parque, un cine, un bar son lugares de ligue homosexual; pero por qué no un lago –en verano-, cuando el cuerpo lo único que pide es agua fresca.
Llegar al bosque, estacionar el auto, atravesar la vegetación y abrirse al sol y al lago como en una playa a la que sólo tuviera acceso cierta secta, cierto grupo de “privilegiados”.
Todos los días las mismas caras, el mismo rito (El extraño del lago, Alain Guiraudie, Francia, 2013): descender del auto, internarse en la espesura y tenderse, desnudo o semidesnudo, al sol. Después, acercarse al elegido y perderse entre los árboles.
Pero unos pocos días no bastan para conocerse y en realidad todos siguen siendo unos extraños.
Y un día, al anochecer, la rutina del deseo compulsivo se romperá cuando el hermoso Michel asesine a uno de sus muchos amantes en turno.
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