Las emociones, Israel González
El haz de emociones que somos muchas veces llega a
desbordarse.
Y sobrevienen los suicidios. O los asesinatos. O
la violencia verbal. O los golpes.
El muchacho que despojaba de sus cadenas de oro a
los transeúntes sentía ganas de vomitar cuando cometía el acto.
El amante abandonado, carcomido por el desasosiego
y el insomnio, recurre al milagroso antidepresivo pues siente que todo él está
a punto de estallar pues ya ni llorar puede.
La realidad pone a prueba todos los días nuestra
reciedumbre.
Para soportar la ardua labor el albañil recurre al
alcohol o a la marihuana.
Las drogas, legales e ilegales, se han esparcido
por todo el ancho y largo mundo que habitamos.
Queremos olvidar. Queremos despojarnos de todas
las ataduras impuestas. Queremos gritar. Queremos huir hacia no sé dónde como
no sea a una muerte lenta o prematura.
Interrogamos al futuro y el futuro no responde
porque no hay futuro. Y si algo existe, si algo es de verdad real, es el
presente que se mueve bajo nuestros pies, incierto, con alambres de púa y
ametralladoras espiándonos todo el tiempo.
Las emociones desbordadas son serpientes
incontrolables, ríos de lava, veneno que mana de ti mismo y te infla y revienta
porque no has sabido encauzarlas hacia el río de la vida que hace mucho,
también, es un inmenso río podrido.
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