martes, 29 de enero de 2013

La Cassez, la justicia y Céfero, de Xavier Vargas Parda, por Graciela Salazar Reyna



Zozohua

Por Graciela Salazar Reyna


Los mexicanos hemos vivido una semana, ésta que terminó, vergonzante y triste. Ya no quisiera uno repetir nombres ni siglas que ocupan páginas nacionales e internacionales en distintos medios, con los temas Cassez, SCJN e IFE: uno vinculado a la delincuencia rampante que priva la libertad a ciudadanos secuestrados ¿sin derechos? y atenta contra la seguridad que debiera garantizarnos la constitución; el otro veredicto agrava la falta de confiabilidad en las instituciones. ¿Qué clase de justicia es la que favorece o castiga según quién represente y defienda a unos y otros sin importar delito ni daño causado? El camino a seguir, por la delincuencia, evadiendo la justicia y haciendo de las suyas contra los demás, inermes; buen ejemplo de impunidad. Están allí, lamentablemente.

Pero no podemos restregar heridas todo el tiempo. Mientras se orean y surgen ideas que den luz, para limpiar tanto cochinero; nos refugiamos en el arte. Ahora, leyendo a “Céfero” he recordado a unos grandes amigos que habitan la zona lacustre de Pátzcuaro, en Nocutzepo; se dedican a coser, bordar, plantar y cuidar sus árboles y hortalizas, por supuesto, a la música y la lectura, intentando criar hijos y hombres de bien. Se me antoja compartir, en este espacio, un fragmento de la prosa que llama la atención de esta lectora, cuya terminología propia de aquellos pueblos michoacanos atesora, para fortuna de los mexicanos, valores esenciales y queribles.

“Ya como a las dos de la tarde todos andaban tuturuscos. El maistro de la orquesta dejó su pito porque no faltó por allí alguna que le guiñara los ojitos pa que la sacara a bailar; era un jolgorio que el que no se destotunaba de risa con cualquier insignificancia, es porque andaba retentrao revalsando con su dama. ¡En las que me vía yo pa destapar botellas y secar vasos… al principio!, porque después, uno me daba el vaso y yo nomás lo pasaba de mano con un chorro de relleno, ¡combinaciones a todo meter, amigo!
(…) Así estaba el agasajo cuando llegaron las guananchas con sus gritos, sus saltos y payasadas. ¿Las guananchas…? ¡Diatiro nada!, los danzantes que salen antes de la nochebuena brincando por las calles del pueblo; son muchachos añejitos y léperos vestidos de mujeres, sí, pos les salen los pantalones donde las terminan las naguas. Se ensartan collares de tejocotes, telebrejos y el rebozo terciado al modo de carrilleras; train la cabeza tapada con un paliacate y las máscaras de madera que se ponen diatiro como muchachas chapetiadas y alegres. Arman el alboroto a carreras, malancanchunchas y aullidos y donde ven gente parada en la puerta se juntan pa bailar y decir versos: ‘Las torres de catedral /están que se cain de risa /de ver a los carrancistas /con chaqueta y sin camisa’. (Las Guananchas. En Céfero, Xavier Vargas Pardo, FCE, Letras mexicanas, México, 2004). Dejo sólo una probadita para que se animen a leerlo completo.

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