miércoles, 12 de febrero de 2014

Los de abajo la pagan, por Saúl Kastro

Los de abajo la pagan, 
por Saúl Kastro  
Me dormí hasta las dos de la mañana por estar en el FaceBook, al chat con seis contactos a la vez. Siete almas dispuestas a pagar el precio del desvelo. Los mensajes iban y venían en cascada, dedos pulgar e índice, aunque adormilados, tenían cierta velocidad impresionante, ojalá así hubiera sido en la escuela. ¡Cuánto amor, qué historias!... y a las cuatro de la mañana ¡Pá-ra-te! Casi por inercia me preparé para salir al trabajo. “No lo vuelvo hacer”, dijera el clásico. En el Metro no alcancé asiento, por más que metí empujones, patadas y codazos, al final un gordito impidió de un panzazo que me sentara. El viaje era largo, me caía de sueño, hacía mucho calor, la infinidad de aromas resultaban sofocantes. No podía más, mis párpados eran de plomo y las piernas de trapo. Frente a mí apareció Thalía para exigirme que le diera un beso. De pronto me sentí caer, afiancé el tubo con fuerza, el cuerpo se me enfrió, las piernas se me doblaron y con precisión quirúrgica mi rodilla derecha chocó con la rodilla izquierda de la señora sentada frente a mí. La tibia se me enfrió; fácil me reventé un nervio o algo así, yo supuse. La señora, quien dormía, abrió sus ojos: hinchados, rojos, asesinos; echaba humo por las orejas y espuma por la boca. La verruga de su nariz palpitaba, como si tuviera vida propia. Le iba a pedir una disculpa, pero cual Bruce Lee lanzó un latigueo con sus dedos en mi testículo izquierdo, lo cual reprimió el sonido de mis palabras, solo balbuceé un “no ma”. “¡Viejo baboso!” Me gritó. El dolor fue inmensamente superior al de la rodilla. El convoy se detuvo en Chabacano. Como pude salí, no sé si floté o caminé. Maldije a la señito, maldije al FB, por su culpa me desvelé, maldije mi maldición. Me senté al lado de un discapacitado visual que vendía alegrías y cacahuates. Me saludó. “¡Buenos días, señor!” le contesté. Y el dolor siguió.

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