Instrucciones
para aceptar los errores en nuestra lengua
Por
Arturo Texcahua
Sé que toda lengua viva está en permanente movimiento.
Sus usuarios la moldean, la edifican, la establecen mediante una práctica que
transita entre la tradición y la novedad. Los nuevos usos se van imponiendo
poco a poco. Lo que hoy es un error mañana podría estar autorizado por las instituciones
que regulan y norman su uso. Para quienes estamos del lado de la tradición,
porque la estudiamos, la enseñamos y cuidamos sus reglas estos nuevos usos
parecen siempre errores que lo mismo sorprenden como preocupan. Al escribir o
hablar la mayoría de la gente comete errores, sea por ignorancia o por descuido.
Errores (o erratas como se dice en términos editoriales) hay hasta en los
libros de las más prestigiadas editoriales. Lo grave es la cantidad, dónde se
observan y quiénes los cometen, pues para los que tienen un conocimiento muy
básico de su lengua, ver o escuchar estas faltas (en anuncios espectaculares,
en el cine o en cadena nacional) los desorientan, los confunden o reafirman sus
prácticas equivocadas.
El gobierno tiene la
obligación de procurar el correcto uso del español mediante las instancias a su
alcance: escuelas y oficinas, y promoviendo que esto también se haga en el
ámbito editorial, así como en la radio y la televisión. Hoy parece que no se
hace lo suficiente para cuidar nuestra lengua nacional, la prueba de ello es
que por dondequiera vemos errores ortográficos, gramaticales y de vocabulario. Están
en el modesto taller de quien hace “travajos de erreria”, como en el comercial
televisivo de un banco internacional; se encuentran en los espectaculares (de
empresas y políticos) colocados en las principales calles de la ciudad (pese a
las promesas gubernamentales de quitarlos), al igual que en los libros de texto
gratuitos que se distribuyen por millones; se descubren entre quienes
participan en los medios de comunicación audiovisuales, sean reporteros,
conductores, locutores, actores o servidores públicos (no olvido el “mas sin
embargo” de José Ángel Córdova Villalobos
cuando hablaba de la influenza), como se hallan en los diarios y en internet o en los
mensajes que llegan al celular. Están en todas partes ensuciando la reputación
de quienes los cometen y de nuestro país.
No sé quien tiene más responsabilidad
(o culpa, según se vea), si el sistema educativo (y no únicamente los
profesores de español), la televisión y la radio o los servidores públicos de
alto nivel que dan mensajes en cadena nacional.
Sin embargo, ante ello debemos
conducirnos con optimismo, ver lo bueno y no lo malo como pide Enrique Peña
Nieto (tan necesitado de aplausos y vivas ante las sospechas de corrupción y
abusos de poder de él y de su círculo cercano de colaboradores); reconocer las noticias
que anuncian un nuevo mundo feliz. Por ejemplo, había errores en los libros de
texto, pero ya se corrigieron; hace 50 años la quinta parte de los mexicanos no
sabían leer y escribir, ahora solamente son un poco más de cinco millones, las
escrituras se vigilan cuidadosamente… pero en las notarías públicas. Simplemente seamos
positivos.
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