¿Rumbo a la estupidez?
Israel González
A la
pesadilla de la desaparición de la humanidad, agreguemos ahora la de su penosa
involución intelectual y emocional.
Si el
hombre no se extingue a sí mismo y logra entender que es una enorme estupidez
destruir a su propia especie y a su entorno, quizá detenga el deterioro de los
genes que lo llevarían a un estado de imbecilidad, de tarado hombre moderno que
no supo vivir en la fraternidad consigo mismo ni con la naturaleza.
Ya E. M.
Cioran, en su ensayo Sobre la miseria, escribía:
Los
animales -que viven todos de sus propios esfuerzos- no conocen la miseria, pues
ignoran la jerarquía y la explotación. Este fenómeno aparece sólo con el
hombre, el único animal que ha esclavizado a sus semejantes; solamente el ser
humano es capaz de tanto
“desprecio de sí mismo”. (En las
cimas de la desesperación, Barcelona, Tusquets editores, 1996, 3a. edición,
p. 158. Traducción de Rafael Panizo).
Verónica
Gutiérrez Portillo, comenta un artículo de Gerald Crabtree, aparecido en abril
en la revista científica Tendencias genéticas.
Las
palabras de Gutiérrez Portillo muestran preocupación e indignación:
Increíble
y difícil de comprender que en la segunda década del siglo del siglo XXI y en
contraste con los inmensos avances en ciencia y tecnología, el ser humano dé
pasos gigantes hacia atrás en su naturaleza. (…)
Ideas
obsoletas de mentes obsoletas cobran fuerza cada día, resurge no sólo la
homofobia, sino en la misma escalada el racismo, el odio, el machismo, la
misoginia, la pornografía infantil, la pedofilia y el abuso”.
Todo ello
para comentar la teoría del profesor Gerald Crabtree, que sostiene que el
hombre está perdiendo capacidad intelectual y emocional a causa de rápidas
mutaciones genéticas que la forma de vida de la sociedad moderna es incapaz de
corregir.
Una comparación de los genomas de padres y
niños ha revelado que hay entre 25 y 65 nuevas mutaciones produciéndose en el
ADN de cada generación. Esto es debido al relajamiento de la selección natural,
derivado de la mejora gradual en las condiciones de vida de la especie humana,
misma que va unida a una sucesión de pequeñas mutaciones en los genes, lo que
mermará nuestras facultades intelectuales hasta tal punto, que dentro de unos
tres mil años nuestros descendientes experimentarán serias dificultades para
resolver una suma.
Vale la
pena leer el artículo de Verónica Gutiérrez Portillo, Involución emocional
del ser humano (La Jornada de enmedio, miércoles 10 de junio de
2013, “Ciencias”, p. 3a), que concluye así:
En todo
caso, es posible que esta polémica teoría explicara nuestro comportamiento
irracional y nos plantea si la especie humana está condenada a la decadencia
intelectual y heredará a sus descendientes la incapacidad de utilizar la
tecnología que le hereden sus antepasados.
Interesante planteamiento. La polémica queda sobre la mesa.
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