Por Graciela Salazar Reyna
Por distraerse, a veces, suelen los marineros
Dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al navío surcando los amargos abismos.
Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
Estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
Dejan penosamente arrastrando las alas,
Sus grandes alas blancas semejantes a remos.
Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
Aquél, mima cojeando al planeador inválido!
El Poeta es igual a este señor del nublo,
Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.
192 años, el pasado nueve de este mes, hace que nació Charles Baudelaire, en 1821; muere en 1867. Rebelde como él solo, tal como lo atestiguan Las flores del mal que publicara cuando tenía ya treinta y seis años; le valieron acusaciones, por faltas a la moral y el mote de poeta maldito. Y cómo no, si era capaz de responder a sus feroces críticos con sus mismas armas:
Todos los imbéciles de la burguesía espetaba- que pronuncian las palabras inmoralidad, moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan () una puta de a cinco francos, que una vez me acompañó al Louvre () empezó a sonrojarse y a taparse la cara () preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias.
Aquel, rechazado por los académicos franceses y del mundo; considerado luego, padre de la poesía moderna, escribió El albatros que leemos aquí. Escrito, al parecer, en un penoso exilio rumbo a Calcuta. En la última estrofa queda inscrita la pena del poeta, cuyas alas gigantes como al albatros- le impiden caminar.
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