Zozohua
Por
Graciela Salazar Reyna
Interesante asignación del “Premio
internacional de poesía y ensayo, Octavio Paz”, en su 10ª edición, a Fernando
Savater, por su trayectoria intelectual y cívica. Primero vino a mi memoria su digerible
y exquisita “Ética para amador”, con que se entretienen los chavos leyendo cómo
un padre, hasta cierto punto moderno, escribe mientras dialoga con su hijo y lo
inicia, sutilmente por los caminos de la filosofía; luego pensé en
“Invitación a la ética”[1]
por la que recibió, en 1981, el X Premio Anagrama de Ensayo. Así que decidí hojear
de salto en salto las partes de éste (Hacia la ética, La razón moral y Más allá
de la ética) incluido el epílogo (Respuesta a Sade), en el cual vapulea al
marqués por atreverse –según él- a rechazar el proyecto ético.
Aunque no estemos totalmente de
acuerdo, con dicha “Respuesta…” u otras, en cuanto hipótesis y supuestos;
resulta sin duda gratificante el magistral ejercicio de pensamiento y
argumentación de Savater en cada uno de los temas que aborda. Nos mantiene a
raya recordándonos, por ejemplo, (en La relación con el otro, Cap. III) que una
relación ética con otros, sólo puede mantenerse, estando dispuestos a concederles
la palabra; poniendo en ella exactamente lo que les exigimos, ofrecemos o
reprochamos. Más claro, a veces, ni el agua. Conceder e intercambiar la oportunidad,
limpia y llanamente; parece sencillo, pero se olvida en la convivencia, todos
los días. Concluye el capítulo, asegurando que la relación ética sólo se da con
los demás; pues así se confirma la condición de ser humano, al tiempo que propicia
la infinitud creadora y libre que nos trasciende.
Y como de intercambiar, a través de la
palabra, se trata engarzamos aquí, con un fragmento digno de disfrutarse; está
cumpliendo sus 70 años:
Tomé al principito en mis
brazos porque se quedó dormido y emprendí otra vez el camino. Me parecía que
llevaba en brazos un frágil tesoro. Me parecía incluso que no existía nada tan
frágil sobre la Tierra. Miré ,
a la luz de la luna, su frente pálida, sus ojos cerrados, los mechones de su
cabellera, agitados por el soplo del viento y me dije: ‘Esto que veo aquí no es
más que una corteza. Lo verdaderamente importante es invisible’. (El
Principito)
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