Dejar de sufrir
Israel González
Mientras no se legalice la eutanasia seguiremos
teniendo noticias de historias de insoportable, inhumano sufrimiento.
¿Para qué seguir vivos si se ha perdido la
capacidad de caminar, de bañarse, de vestirse, de valerse, en fin, por uno
mismo?
La religión católica condena a sus adeptos a jamás
atentar contra su vida por más que ésta
se haya vuelto un calvario y los condena con ello al sufrimiento y a la
resignación. (Los suicidas en la Divina comedia, de Dante, no
recuperarán su figura humana ni siquiera el día del Juicio Final).
En Amour (Austria, Francia, Alemania,
2012), de Michael Haneke, Georges y Anne, dos octogenarios profesores de música
clásica jubilados, enfrentan la incapacidad física de uno de ellos y se ven
obligados a tomar una decisión radical a pesar del amor que se tienen.
Anne ya no es una persona sino un cuerpo que sufre
la imposibilidad de volver a moverse; un cuerpo que poco a poco se va volviendo
una pesada carga para Georges; un cuerpo que va minando la paciencia, la
reciedumbre del hombre que la ama.
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