1 de octubre de 2012
Crónica de una lectura anunciada
La idea me vino de una invitación que me hizo Felipe Gaytán en la inauguración de su exposición en Tepepan. ¿Puedes invitar a poetas que conozcas para que lean en 100 mil poetas por el cambio, a un lado de Bellas Artes? Claro, prometí. Y en efecto, convoqué a los pocos poetas que conozco. Jaime Velasco Luján y Hortensia Carrasco Santos me propusieron que mejor organizara una lectura en Xochimilco. El kiosco, se me ocurrió o dijo uno de ellos. La cosa fue que les tomé la palabra. Sí, el kiosco, pensé, un lugar donde los sábados se reúne mucha gente. Vi la escena, los poetas leyendo desde ese espacio como si estuvieran en un púlpito, pero en lugar de homilías esparcirían en el aire versos incendiarios y conmovedores. Soñé con el momento como lo hago siempre que pienso en una lectura. Después llamé a cultura de la delegación Xochimilco, para saber si requería autorización para ocupar el kiosco. Sí, tiene que hacer un escrito. Me lo imaginaba. Trámites, burocracia. Ya qué. Pero no es aquí, me aclaró la amable servidora pública que me atendió. ¿Qué? ¿Ya no es con el licenciado Praxedis? No, el ya no está. Ahora es la profesora Rosa María Flores Urrutia. Ah, sí, recordé, hay cambio de administración y relevos (en ese momento me acordé de algo que me decía una amiguita con muchos años cuando estuve trabajando en la delegación Cuauhtémoc: la caca nueva saca a la caca vieja). A ver si este delegado sí nos ayuda con una lana, porque lo que es el anterior solamente nos dejó (¿quieres más, Arturo?) usar las casas de cultura que son, en su mayoría, feos elefantes blancos, que eso sí, producen recursos, los llamados autogenerados, con talleres que cobran. Los administradores no saben a dónde se va el dinero, porque a ellos les limitan los recursos, faltan equipos y mantenimiento. Pero… resumiendo, hice el oficio a un señor llamado David Flores (que a estas fechas ya le dieron cuello, según me enteré) y él me autorizó, lo reconozco, con rapidez (el mismo día que lo solicité) y amabilidad, el kiosco y el foro Quetzacóatl para la presentación de Hubo una vez una revolución en Xochimilco. ¿Hay luz?, pregunté. Creo que sí, dijo otro de los empleados públicos, quien prometió: Yo veré que la tenga, no se preocupe. Y no me preocupé, hasta el pasado sábado 29, cuando a las 12:10 llegué al kiosco del llamado Jardín del Arte, antes Jardín Juárez, frente a la Parroquia de San Bernardino de Siena, en el centro de Xochimilco, y lo primero que me encontré es que el lugar ya estaba ocupado por un taller de cartonería y los muchachos del 132, que harían proselitismo mediante un par de actividades teatrales, una de ellas dirigidas a los niños. ¿Alguien de la delegación? Ja. Esto ya valió. Pero Jaime Velasco, que ya esperaba, me dio ideas. ¿Por qué no le pedimos a los de la feria del libro que está aquí, a un lado, que nos dé oportunidad de leer? ¿Será? Fui a buscar al responsable, pero no estaba. Los del sonido hacían pruebas. Oiga, amigo, ¿cree que nos dejen leer aquí, ahorita? Mmm, déjeme ver. Sacó un programa y lo vio como si no lo entendiera, me lo dio y yo también lo vi con el mismo gesto, y preferí insistir: ¿se puede? Sí, pero solo hasta la una o hasta que lleguen los que están programados. ¿Con dos micrófonos? Más que perfecto, y un par de sillas. Bien. Llamé a Jaime y en el camino me encontré a Efrén Romero, un amigo de la zona que es promotor cultural, tiene un programa en radio web (en la página de Prodigy, donde dice que lo escuchan millones de personas), y reúne fotografías y datos de la historia de Xochimilco. Nos subimos al enorme templete y nos acomodamos en el centro para que no se viera tan vacío. Y leyeron, primero Jaime, luego Efrén y después Hortensia Carrasco, que la vi deambulando entre los libros. Cuando ellos empezaron a leer yo fui al kiosco a ver si encontraba a alguno de los otros poetas que habían confirmado su presencia. Faltaban Israel González, Claudia Contreras, Misael Rosete, con dos familiares, y Tzutzumatzin Soto. En el camino les regalé trajines a los chavos del 132 y me encontré con Claudia Contreras, la de C desnuda la piel, que venía con su familia. Estaba bien el paseo, el sábado era precioso, esplendoroso como un anuncio de detergente. La saludé aprisa, le di unos trajines donde ella publicó y le dije que estábamos en la carpa. ¿No me entendió? Quién sabe. No la volví a ver aunque insistentemente esperé que apareciera para leer. La que si llegó fue Tzutzumatzin, quien ya no pudo leer, porque cuando le tocaba me dijeron se te acabo el veinte, y la conductora oficial, algo molesta, me lanzó algunas miradas diciendo ya suelta el micrófono. Confieso que reiteradamente señalé que esa actividad era parte de una lectura mundial que ese día se estaba haciendo y que se llamaba 100 mil poetas por el cambio. ¿El cambio de qué? De todo lo que pueda cambiarse en este mundo para hacerlo mejor y para que estemos mejor. El maldito cambio, le digo yo, porque los cambios siempre han sido malditos. Tuve la ocurrencia de pedirle al público que nos siguiera al kiosco para que continuara oyendo poesía, pero salvo los poetas y mi hija Sofía, nadie nos siguió. Fuimos al kiosco, donde los del 132 ya preparaban el inicio de su obra infantil, e intenté que leyéramos, pero mi equipo de sonido portátil de baterías estaba muerto. Abortada la intención. Lo sentí por Tzutzumatzin Soto, que no pudo leer y por un chavo que llegó en ese momento de desconcierto y nos preguntó, ¿oigan, aquí es la lectura de poesía? Ya fue, le dije, fue allá, en esa carpa, estuvimos más de una hora leyendo. Era la 1 y media de la tarde. Habíamos leído al menos una hora con quince minutos, apoyados con muy buenos bafles y ecualización profesional que no era para nosotros, y que permitió que nos escucharan en los alrededores más de 100 personas, ¿o más? Todo un éxito, creo. Mil disculpas para los que no pudieron leer y para los que fueron y no nos escucharon. Luego invité a los poetas a comer, pero nadie pudo. Fui a dejar a mi hija al embarcadero Zacapan, donde la esperaba una amiga, y visité a Efrén Romero, en su casa, en el Barrio San Pedro, para discutir detalles de la presentación de Hubo una vez una revolución en Xochimilco, y para hablar de un libro de poemas que desea publicar con Trajín. En lo que nos poníamos de acuerdo, una grúa de la policía, tan diligente con los infractores del reglamento de tránsito, se llevó mi auto (estacionado en zona prohibida, según me dijeron, aunque hubiera otros muchos como yo. Así son las cosas, jefe.) y me hizo desperdiciar el tiempo, malgastar el dinero y hacer ejercicio para recuperar mi carrito. Además tuve que rogarle a los polis del depósito para que me lo dieran porque resulta que el corralón de La Noria, a donde llevaron mi auto, no tiene caja de cobro, y tuve que ir a pagar (sospecho que lo hicieron adrede) al depósito de Cuemanco, y apúrese, porque cerramos a las siete. Regresé a las 7:05. Huy, ya cerramos, ahora hasta mañana. Ándele, jefe, deme chance. Bueno, pero a ver si no nos regañan. Como a los ocho y media de la noche llegué a mi casa para ver a María con una hermosa sonrisa irónica de “te lo dije”, porque justamente antes de irme me advirtió con sumo énfasis: “cuídate de las grúas, que en estos días andan muy perras”. Pinches máquinas con vida. Así fue el sábado, acá en el Trajín, con los 100 mil poetas por el cambioy un auto prisionero.
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