domingo, 29 de julio de 2018

Una tarde con Fernando Corona, por Arturo Texcahua


Una tarde con Fernando Corona
Por Arturo Texcahua






Me encontré con el poeta Fernando Corona en el Zócalo, a un lado de las letras CDMX que colocaron donde termina 20 de Noviembre.
-Estas letras ensucian la maravillosa postal que se obtenía antes de la plaza. Con lo difícil que es conseguir una buena foto del Zócalo por las ferias, exposiciones y muchas actividades a las que siempre está destinado . En otras plazas del mundo no ocurren estas cosas. Habría que hacer algo para exigir que retiren esas letras.
-Es cierto -acepto pensando que históricamente hemos reducido, distorsionado, modificado o alterado miles de palabras del español para hablar menos. Economía del lenguaje.
-Yo prefiero el nombre completo “Ciudad de México”. Así lo escribo –dice Corona.
-Yo también lo hago en documentos, pero en mensajes de WhatsApp o de Messenger es muy práctico el acrónimo.
Ambos coincidimos en que nos gustaba Ciudad de México en lugar de Distrito Federal, como lo sigue diciendo mucha gente en la propia capital y casi todos fuera de ella. Que preferimos un gentilicio distinto al de chilango, que nos gusta el café aunque nos haga daño, y que nos gusta la literatura aunque tengamos que hacer cosas distintas a sólo leer y escribir para ganarnos la vida.
-En Cuba, al reciente encuentro de poetas al que asistí, me preguntaron si venía del DF, como muchos la conocen fuera.
Ciertamente, con todo y que ya desapareció oficialmente el Distrito Federal (Adiós, DF), fuera de la Ciudad de México (sí, con mayúscula, porque ya es nombre propio) casi todos le dicen "el DF" y creo que tardará mucho en desaparecer ese nombre. Ciudad de México tendrá que popularizarse primero entre quienes vivimos en ella. Todavía hay quienes no asimilan aquí el nuevo apelativo. Y después se impondrá en los estados, vencerá al “México”, como se le dice a esta ciudad. “Vamos a México”, dicen muchos que no viven aquí. Todavía en Xochimilco, en el centro histórico de esta delegación, hay un letrero oficial con una flecha apuntando el camino y junto a ella el nombre de “México. Las personas que vienen a esta ciudad, vienen a México.

Entramos a un café de 16 de septiembre, pero los dos no pedimos la famosa bebida de grano tostado. Él ordenó té, yo agua mineral.
Fernando Corona me habló del motivo de nuestro encuentro: una novela olvidada de Alicia Reyes (Fetiche) que le gustaría publicar en una nueva edición, como un homenaje al trabajo de su maestra, quien fue directora durante cuarenta años de la Capilla Alfonsina, desde donde homenajeó a su abuelo y guió a muchos escritores y lectores por los complejos senderos de la literatura. Me mostró la primera edición de Fetiche, es de 1984, aunque parece de los cincuenta. Vimos las posibilidades de la nueva edición, las gestiones, las tareas por hacer, los asuntos legales. El asunto quedó entre nuestros pendientes. Quizá un día se materialice algo con Trajín o con otra editorial. El proyecto es interesante y promete honra.
También platicamos de sus libros de poesía. De Huellas de sombra, publicado el año pasado en Trajín con apoyo de Javier Gaytán Gaytán, y de La edad de las esfinges, dentro del Fondo Editorial del Estado de México, proyecto de la Secretaría de Cultura de aquel estado, también del año pasado.
-Considero que esos dos son mis mejores libros de poesía –me confesó Fernando Corona.
Declaración que por supuesto me halagó. Y ciertamente, tanto en presentaciones como en librerías, Huellas de sombra ha tenido una buena recepción entre quienes en realidad cuentan: los lectores.
En Huellas de sombra el recuerdo, el de la sangre, el de las cercanías, forma una sombra que oscurece y forma contrastes. El título del libro da indicios, así como los padres en la dedicatoria, el abuelo y su poema. Es un alto obligado de su vida para revisar las raíces y sus protagonistas. Dice en su poema "Remembranzas":

De repente me supe abandonado
hacía más de mil siglos de espuma:
vi manos agitando la arena innumerable
con estrépito fijo;
mis pasos que no andaban
sino en la red de los tiempos sin desesperarse;

Y agrega adelante:

a mitad de un aposento
repleto de vasos y cristales,
de sillas y sonidos,
de sombras habituadas a los muros:
un cuarto que ha esperado el suceso de los días,
los sepulcros de las noches,
los pasos solitarios del hastío y del hombre,

Pero hay más en este poemario, por supuesto. Identifica lo que es, lo que ha sido, busca sombras aquí, allá, entre sus antecesores y entre sus vivencias. Es un examen, un análisis para el aprendizaje, para entenderse, para reconocerse entre instantáneas, en lo que rezuma de los segundos, en las marcas y la alteridad de la sombra. Es una abrumadora cadena de mil sentidos, reconocimiento de vida, retahíla de autorreproches.
Al hacer un alto y ver lo recorrido, no hay ningún camino anunciado, porque no hay peor salida que la del determinismo. El ser humano es tan complejo, que ninguna regla, aún las biológicas, parecen explicarlo todo. Fernando Corona lo evidencia cuando escribe:

La tierra es la infinita vagina, la certeza
del hijo que renueva los ciclos y delira
toda vez que una sierpe conjunta diente y cola.

En Huellas de sombra hay un poeta con todas sus letras. Poeta que canta, que recita, entre intertextualidades, a los clásicos, que se regodea en ellos, que enjuga sus lágrimas y el sudor de su frente con palabras profundas y armoniosas. Sus poemas ofrecen un recital melodioso y, como toda connotación lírica, están abiertos a la reflexión y al desconcierto.

un buen día llegará la hora
de estacionarme no sé en qué presagio
y abandonar la barca donde van mis besos.

También, es verdad, como en todo poeta, que uno ve el mundo a través de sus ojos, y ve espesuras, sonrisas, cabellos de mujer, las piernas de Marcela, unos bolsillos, a sí mismo, con un lenguaje abierto, franco y claro:

Me dediqué a ver tus bolsillos...
Metí la mano y saqué tus pertenencias:
tu cansancio es una piedra
con polvo y suelas rotas.

Detrás de los aparentes versos fáciles, está el Fernando Corona que retoma la tradición poética -una formación literaria abonada por las letras de autores griegos y latinos- con el rigor que ésta impone y con la satisfacción de conseguir piezas de impecable ortodoxia y de indudable belleza formal. Así desfilan rimas consonantes y asonantes, alejandrinos y sus hemistiquios, endecasílabos, pareados, tercetos, cuartetos, quintetos y diversas combinaciones de éstas y otras composiciones de la preceptiva clásica.
Todo lo compone Corona con un ritmo que evidencia su buen oído, su gusto musical, esa sonoridad que ha domado, su acervo de lecturas, sus preferencias literarias.
Así escribe:

Bendito este poema que vive mientras haya
contagiados del polvo persuasivo en los versos.
Estas líneas sencillas me consagran despacio
por no ser sino fruto de otro rato en la hierba.

Confieso que en este libro hallé regocijo e inquietudes. La buena poesía siempre lo produce. Creo, como Fernando Corona, que:

Al cabo de algún tiempo
las palabras perderán su peso
y el poeta será una suerte de monje
o algo así como un acróbata del verbo.
Pero tampoco entonces el poema
perderá su valor de piedra oculta
y hasta el ojo más vano e ignorante
comprenderá que no hay belleza en la palabra
sino en el largo viaje a donde va el suspiro.

Esa tarde, en aquel café, Fernando sacó un ejemplar de La Edad de las Esfinges, lo autografió y me lo regaló. Un libro que primero fue un gran honor, y después, cuando lo leí, un enorme presente, por la calidad de su contenido. En mi próxima crónica les compartiré mi lectura de esa obra.

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