miércoles, 4 de junio de 2014

El sueño de una musa, por Saúl Kastro

El sueño de una musa
por Saúl Kastro


Heme aquí, camino al hospital, voy por ella.
            Todos pensaron que se aventó a las vías, justo cuando pasó el Metro. Hubo gritos de terror, desmayos y otras confusiones. Pero no, no se aventó, se cayó de sueño la muy atolondrada, levantó el brazo para hacerle la parada al convoy ¿puedes creerlo? No hacía broma, fueron signos de alucine, preludio a su caída, quien sabe qué estaba soñando, que era el micro o un taxi… qué sé yo; luego ¡Pum! Fue a despertar al hospital.
            Ayer por la tarde me habló para avisarme que iría con sus amigas de… ¿cómo dicen ellas?... de pari. ¡Qué pinche pari ni que la fregada! Parida de madre que se puso cuando azotó en las vías. De suerte que es chaparrita y menudita, embonó perfecto entre las vías y la máquina le quedó encima. Solo se dio en la cabeza un chipotazo… o chiputazo, como gusten. Le dije “no te desveles, te necesito al cien el sábado temprano para hacer ese cuento”, pero no me hizo caso, nunca me hace caso, es una irreverente, me dijo “sí, sí, yo estaré al mil…”, me tiró de a loco. Así nada más.
            El jueves se desveló viendo películas de zombies. El viernes en la mañana se fue somnolienta a trabajar y a mediodía empezó una de sus compañeras del trabajo a enviar mensajitos por el celular a las demás. “Por fin es viernes ¿una cervecita?”… alborotó el gallinero y sus amigas la sonsacaron, sí, fueron ellas, como si no las conociera. Le dije… ah, por que sí le dije “no vayas a llegar tarde, recuerda que mañana temprano…”, “sí, sí, mañana tu cuento, ya me dijiste.” Y otra vez me ignoró, nunca me hace caso, nunca, por eso me enojo.
            Pues se fue con sus amigas a un antrillo, cerca del Metro Mixcoac. Y bailaron y pidieron cerveza una y otra vez, como si fueran gratis ¡carajo! Ya para las once de la noche estaba más tirada por sueño que de ebria. Yo le dije, se lo advertí, “si vas a tomar te regresas en taxi y acompañada con todas”, pero no me hizo caso, se salió de su “pari” con una de sus amigas, que no sé si igual de borracha o igual de dormida, para el caso fue igual que salirse sola. ¡Pero en qué cabeza cabe dejarlas que se regresen solas, si salen juntas, juntas se regresan! Pero no, las dejaron ir porque el Metro estaba en la siguiente esquina.
            Pues ahí tienen al remedo de la Guayaba y la Tostada, bajando las escaleras eléctricas, abrazadas y berreando canciones de la Arrolladora. De pronto su amiga le dijo “¡Ya viste quién va ahí, es la Musaraña!”, una vieja amiga de ellas, y en vez de gritarle, corrió para alcanzarla, pero la muy tonta le puso la credencial de elector al detector de tarjeta para el torniquete, se le borró la cinta, no se dio cuenta y como iba corriendo, obvio, el torniquete no giró y se dio un chingadazo en la panza, se fue de jeta para enfrente y hasta las patas levantó. Mi Musa se espantó, le ayudó a incorporarse y después de corroborar que estaba bien, hizo lo que muchas buenas amigas suelen hacer, verla a los ojos con cara de “qué pendeja” y luego tirarse de la risa. Mientras la otra parecía que vomitaría, mi Musa estaba que no se aguantaba. Cuando vio que su amiga empezó a llorar mi Musa dejó de reír, la abrazó y caminaron hacía el andén para abordar el Metro.
            Ya era cerca de la medianoche, su amiga tan pronto dejó de llorar, comenzó a vencerla el sueño… ah, par de desveladas. Mi Musa se recargó en su hombro y también comenzó a ganarle el sueño. Poco a poco resbalaron por la pared. Pasaron cinco minutos más y mi Musa inspiradora vio su reloj, pero los números y manecillas eran borrosos. Se levantó a asomarse si ya venía el Metro. Rebasó la línea amarilla. Contempló el fondo del túnel, una luz ya se aproximaba… cerró sus ojitos, levantó la mano y ¡pum! En ese momento su amiga abrió los ojos, logró ver cómo caía mi Musa, se puso de pie, lanzó un grito de terror y se desmayó.
            Tres cafés con sustituto de crema tomé en mi sillón y consumí cuatro cigarros, esperé toda la noche que llegara mi Musa inspiradora… y no llegó, al menos esa noche. A las cinco de la mañana, cuando el sueño ya me vencía, sonó el teléfono, eran del hospital, que fuera por mi Musa.
            Y heme aquí, en camino por ella.
 

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