Un gato para Tristán
Israel González
Si un día regresa voy a
comprar el gato que le prometí.
No será azul con girasoles
como la alcancía que no supo o no quiso conservar, sino uno de verdad, de esos
que se quedan mirando solícitamente y luego se acomodan entre tus muslos para
que los acaricies.
Un gato como los que tocan a
la puerta de la casa de mi hermana para que los alimente y cobije por un
momento del intenso frío y de la inmensa soledad arbolada de la Sierra Gorda.
Un gato como mascota, como
compañero, como sombra, que sea parte de la familia para que no ande de aquí
para allá buscando quien le dé de comer y lo arrope.
Un gato que comparta la
soledad, aunque él tenga mujer e hijos y un montón de amigos.
Si regresa, si un día
cualquiera volvemos a escuchar sus pasos subiendo las escaleras y el ladrido de
los perros y la puerta que se abre ante el enorme sol de sus veintisiete años,
desde ese hueco que dejó en la casa, desde ese rincón donde nada ni nadie nos
calienta, el gato y yo lo estaremos esperando para renacer por siempre, para
siempre, en su regazo.
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