El ermitaño
Israel González
Acostumbrado a vivir solo y a realizar solo muchas de las actividades que los demás suelen hacer acompañados, empezó a sentirse incómodo, molesto, extraño entre la gente.
Las aglomeraciones en el Metro, en el microbús o en ciertas calles, eran para él insufribles.
Empezaba a quejarse de casi todo y de casi todos. Y no le gustaba para nada andar así, rumiando insatisfacciones y corajes, como un enrome sapo inflado de malestares ponzoñosos que, más temprano que tarde, estallaría o cuyo veneno terminaría consumiéndolo.
La soledad era buena compañera. Pero sin la compañía de la amistad y del amor, la vida era menos que imposible…
viernes, 20 de noviembre de 2015
El ermitaño, por Israel González
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