Soy culpable del robo que
me hicieron
Por Arturo Texcahua
Hace unos días cuatro delincuentes
armados me robaron en un transporte público. Fue cerca de mi casa en Santa
Cecilia Tepetlapa, Xochimilco, en la noche, después de participar en la
presentación del libro La niña de Orión, de Andrea Montiel, en la colonia Roma.
Soy la
víctima, pero, ya sé, yo tengo la culpa: porque no quise llevarme el auto para
evitarme contratiempos con el tráfico y la lluvia, porque andaba en la calle por
la noche, porque no quise molestar a mi esposa o a mi hija pidiéndoles que fueran
por mí o porque no tomé un taxi en el sitio cercano a la terminal del Tren
Ligero. Mi esposa concluyó: “ya ves, hubieras tomado el taxi como te decía”.
Sí, soy
culpable, como todas las víctimas de la inseguridad y la violencia en México.
Son culpables, sí, lo son, por estar en el lugar equivocado a la hora
incorrecta, por tener relaciones peligrosas, por enseñar o hablar más de la cuenta,
por provocar a sus atacantes, por subirse a un taxi o por no subirse.
En
verdad me fue muy bien. Debo agradecer a los ladrones que no me lastimaron, que
únicamente me agredieron y humillaron verbalmente, que nada más me amenazaron
con matarme y acercaron a mi cuerpo un arma blanca, que solamente me quitaron
la cartera con doscientos pesos, la identificación del INE, la licencia de
manejo y un par de tarjetas bancarias. Cosas que en el fondo no les servirán de
mucho. (Tal vez sí, quizá fotocopien mi credencial de elector para recibir
despensas, cobijas y otros regalos de las autoridades locales; o para simular el
apoyo a un candidato independiente.) Gracias delincuentes. Su obtuso
procedimiento delincuencial implicaba reunir aprisa, arrebatando a punta de cuchillos,
navajas y una pistola (desde la que hicieron solo un disparo para intimidarnos),
celulares, dinero, joyas, relojes, bolsos y carteras. Estaban muy nerviosos
para hacer un trabajo eficaz en medio de la noche y con poco tiempo disponible.
Diría que
nadie salió lastimado. No lo sé. Las víctimas (perdón, nosotros los culpables) pudieron haber tenido
pesadillas. Los hipertensos pudieron estar a punto del colapso. Los diabéticos
pudieron haber sufrido una crisis. Tal vez alguien llegó a su casa y se puso a
llorar desconsoladamente. Los que llevaban el dinero de la quincena ahora están
pidiendo prestado o empeñando algún bien para llegar al cobro del treinta.
¿Tendremos que ir a terapia por un asalto?
Pero nos lo merecemos.
Somos culpables, ya lo dije. Nuestras ocupaciones diarias, el trabajo al que
estamos entregados (o vendidos), la prisas por llegar a tiempo, los deleites o
las preocupaciones, nos hacen olvidar que hay exigir más cámaras de vigilancia (de
buena calidad y que sirvan) en las calles, más iluminación, más policías y planes
preventivos, y el cumplimento de promesas: luz obligatoria en el interior de
los camiones de pasajeros, botones de pánico, cámaras, policías encubiertos.
Somos culpables porque no
exigimos responsabilidad, trabajo y eficiencia de las autoridades, las cuales
(así parece) sólo pueden actuar si nosotros lo pedimos. Si las calles se
inundan en la temporada de lluvias es porque nosotros tapamos las alcantarillas
con basura. Si tenemos a políticos incompetentes y corruptos es porque, cuando
hay elecciones, o no votamos o lo hacemos por gente inepta, irresponsable y
oportunista, que únicamente se preocupa por asegurar su futuro, ganar mucho
dinero y hacerse de un rápido patrimonio antes de que se acabe el hueso.
Soy
culpable porque no iré al Ministerio Público a denunciar lo ocurrido, no
perderé horas y horas en ese trámite para que los investigadores no hagan nada
y mi acta sólo sirva para la estadística. En México solamente se investigan los
delitos de gente famosa o que tienen gran impacto en los medios. Y en varios
casos ni esos se han investigado.
Quienes trabajamos
honradamente por lo que tenemos quisiéramos que se castigara a los delincuentes
y que no hubiera impunidad, que quienes cometen un delito, ordinarios
asaltantes de camiones de pasajeros o bien vestidos servidores públicos
corruptos, reciban el castigo que les corresponda, para que los actos de
inseguridad, de violencia y de corrupción, no se repitan, o al menos no con la grave frecuencia
que observamos.
Por supuesto, también soy culpable
de soñar lo imposible.
La triste realidad de nuestra ciudad
ResponderEliminarY esa aura de normalidad que tiene.
ResponderEliminarEstimado Arturo, DE VERDAD, me da muchiiiisima tristeza, coraje e impotencia, que estas funestas situaciones se repitan ad infinitum en nuestra querida, dolida y ultrajada ciudad. Qué bueno que "no pasó a mayores" contigo -frase socorrida para neutralizar el impacto de eventos malhadados...Recibe un abrazo grande y mi solidaridad. Clara Meierovich.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Clara. Espero que compartir mi experiencia sirva de algo. Un abrazo.
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