lunes, 5 de agosto de 2019

Chicuarotes, por Israel González



Chicuarotes

Por Israel González

En la alcaldía de Xochimilco transcurre la dramática -con momentos simpáticos-historia de Chicuarotes (México, Gael García Bernal, 2019), concretamente en el barrio de San Gregorio Atlapulco, cuyos habitantes reciben el sobrenombre que da nombre a la cinta.
Según Augusto Mendoza, el guionista del largometraje, la palabra chicuarote tiene dos acepciones: es un chile que se cultiva en el barrio y, a su vez, se deriva del náhuatl “chicuace” que significa “seis” y que alude a las personas que en San Gregorio Atlapulco nacían con seis dedos.
Xochimilco, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1987, no es ajena a la violencia y al abandono (agravados, dicho sea de paso, durante el pésimo gobierno de Miguel Ángel Mancera) que padece la Ciudad de México.
Miseria, violencia callejera y familiar e inexistentes posibilidades de un futuro mejor, son la cárcel de la que quieren escapar el Cagalera (Benny Emmanuel) y el Moloteco (Gabriel Carbajal). Pero cómo. Pero a dónde.
El padre alcohólico golpea un día sí y el otro también a la casi resignada mamá. El hermano homosexual se refugia en la lectura (“Un hilito de sangre”) y en las revistas pornográficas que cree ocultar debajo del colchón. No hay trabajo que valga. No hay lectura ni buenos modales que cambien nada cuando se vive en el hacinamiento, en la miseria que se adhiere a la piel como lodo que no podemos lavar, como sarna imposible de curar. Aunque si se es joven quizá…con la condición de no mirar atrás porque podríamos regresar a la cárcel que nos espera con sus mil y una rejas abiertas, porque podríamos volver a caer en el pozo del que huimos y ya no salir jamás.

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