Una tarde con Fernando Corona
Por Arturo Texcahua
Me
encontré con el poeta Fernando Corona en el Zócalo, a un lado de las letras
CDMX que colocaron donde termina 20 de Noviembre.
-Estas
letras ensucian la maravillosa postal que se obtenía antes de la plaza. Con lo
difícil que es conseguir una buena foto del Zócalo por las ferias, exposiciones
y muchas actividades a las que siempre está destinado . En otras plazas del
mundo no ocurren estas cosas. Habría que hacer algo para exigir que retiren
esas letras.
-Es
cierto -acepto pensando que históricamente hemos reducido, distorsionado,
modificado o alterado miles de palabras del español para hablar menos. Economía
del lenguaje.
-Yo
prefiero el nombre completo “Ciudad de México”. Así lo escribo –dice Corona.
-Yo
también lo hago en documentos, pero en mensajes de WhatsApp o de Messenger es
muy práctico el acrónimo.
Ambos
coincidimos en que nos gustaba Ciudad de México en lugar de Distrito Federal,
como lo sigue diciendo mucha gente en la propia capital y casi todos fuera de
ella. Que preferimos un gentilicio distinto al de
chilango, que nos gusta el café aunque nos haga daño, y que nos gusta la
literatura aunque tengamos que hacer cosas distintas a sólo leer y escribir
para ganarnos la vida.
-En
Cuba, al reciente encuentro de poetas al que asistí, me preguntaron si venía
del DF, como muchos la conocen fuera.
Ciertamente,
con todo y que ya desapareció oficialmente el Distrito Federal (Adiós, DF), fuera de la Ciudad de México
(sí, con mayúscula, porque ya es nombre propio) casi todos le dicen "el DF" y
creo que tardará mucho en desaparecer ese nombre. Ciudad de México tendrá que
popularizarse primero entre quienes vivimos en ella. Todavía hay quienes no
asimilan aquí el nuevo apelativo. Y después se impondrá en los estados, vencerá
al “México”, como se le dice a esta ciudad. “Vamos a México”,
dicen muchos que no viven aquí. Todavía en Xochimilco, en el centro histórico
de esta delegación, hay un letrero oficial con una flecha apuntando el camino y junto a ella el nombre de “México. Las personas que vienen a esta ciudad, vienen a México.
Entramos
a un café de 16 de septiembre, pero los dos no pedimos la famosa bebida de
grano tostado. Él ordenó té, yo agua mineral.
Fernando
Corona me habló del motivo de nuestro encuentro: una novela olvidada de Alicia
Reyes (Fetiche) que le gustaría
publicar en una nueva edición, como un homenaje al trabajo de su maestra, quien
fue directora durante cuarenta años de la Capilla Alfonsina, desde donde homenajeó a
su abuelo y guió a muchos escritores y lectores por los complejos senderos de
la literatura. Me mostró la primera edición de Fetiche, es de 1984, aunque parece de los cincuenta. Vimos las
posibilidades de la nueva edición, las gestiones, las tareas por hacer, los
asuntos legales. El asunto quedó entre nuestros pendientes. Quizá un día se materialice
algo con Trajín o con otra editorial. El proyecto es interesante y promete
honra.
También
platicamos de sus libros de poesía. De Huellas
de sombra, publicado el año pasado en Trajín con apoyo de Javier Gaytán
Gaytán, y de La edad de las esfinges,
dentro del Fondo Editorial del Estado de México, proyecto de la Secretaría de
Cultura de aquel estado, también del año pasado.
-Considero
que esos dos son mis mejores libros de poesía –me confesó Fernando Corona.
Declaración
que por supuesto me halagó. Y ciertamente, tanto en presentaciones como en
librerías, Huellas de sombra ha
tenido una buena recepción entre quienes en realidad cuentan: los lectores.
En
Huellas de sombra el recuerdo, el de
la sangre, el de las cercanías, forma una sombra que oscurece y forma
contrastes. El título del libro da indicios, así como los padres en la
dedicatoria, el abuelo y su poema. Es un alto obligado de su vida para
revisar las raíces y sus protagonistas. Dice en su poema
"Remembranzas":
De
repente me supe abandonado
hacía
más de mil siglos de espuma:
vi
manos agitando la arena innumerable
con
estrépito fijo;
mis
pasos que no andaban
sino en la red de los tiempos sin desesperarse;
Y agrega adelante:
a
mitad de un aposento
repleto
de vasos y cristales,
de
sillas y sonidos,
de
sombras habituadas a los muros:
un
cuarto que ha esperado el suceso de los días,
los
sepulcros de las noches,
los pasos solitarios del hastío y del hombre,
Pero
hay más en este poemario, por supuesto. Identifica lo que es, lo que ha sido,
busca sombras aquí, allá, entre sus antecesores y entre sus vivencias. Es un
examen, un análisis para el aprendizaje, para entenderse, para reconocerse entre
instantáneas, en lo que rezuma de los segundos, en las marcas y la alteridad de la sombra.
Es una abrumadora cadena de mil sentidos, reconocimiento de vida, retahíla de
autorreproches.
Al
hacer un alto y ver lo recorrido, no hay ningún camino anunciado, porque no hay
peor salida que la del determinismo. El ser humano es tan complejo, que ninguna
regla, aún las biológicas, parecen explicarlo todo. Fernando Corona lo
evidencia cuando escribe:
La
tierra es la infinita vagina, la certeza
del
hijo que renueva los ciclos y delira
toda vez que una sierpe conjunta diente y cola.
En
Huellas de sombra hay un poeta con
todas sus letras. Poeta que canta, que recita, entre intertextualidades, a los
clásicos, que se regodea en ellos, que enjuga sus lágrimas y el sudor de su
frente con palabras profundas y armoniosas. Sus poemas ofrecen un recital
melodioso y, como toda connotación lírica, están abiertos a la reflexión y al
desconcierto.
un
buen día llegará la hora
de
estacionarme no sé en qué presagio
y abandonar la barca donde van mis besos.
También,
es verdad, como en todo poeta, que uno ve el mundo a través de sus ojos, y ve
espesuras, sonrisas, cabellos de mujer, las piernas de Marcela, unos bolsillos,
a sí mismo, con un lenguaje abierto, franco y claro:
Me dediqué a ver tus bolsillos...
Metí
la mano y saqué tus pertenencias:
tu
cansancio es una piedra
con polvo y suelas rotas.
Detrás
de los aparentes versos fáciles, está el Fernando Corona que retoma la
tradición poética -una formación literaria abonada por las letras de autores griegos
y latinos- con el rigor que ésta impone y con la satisfacción de conseguir
piezas de impecable ortodoxia y de indudable belleza formal. Así desfilan rimas
consonantes y asonantes, alejandrinos y sus hemistiquios, endecasílabos,
pareados, tercetos, cuartetos, quintetos y diversas combinaciones de éstas y
otras composiciones de la preceptiva clásica.
Todo
lo compone Corona con un ritmo que evidencia su buen oído, su gusto musical, esa
sonoridad que ha domado, su acervo de lecturas, sus preferencias literarias.
Así
escribe:
Bendito
este poema que vive mientras haya
contagiados
del polvo persuasivo en los versos.
Estas
líneas sencillas me consagran despacio
por no ser sino fruto de otro rato en la hierba.
Confieso
que en este libro hallé regocijo e inquietudes. La buena poesía siempre lo
produce. Creo, como Fernando Corona, que:
Al
cabo de algún tiempo
las
palabras perderán su peso
y
el poeta será una suerte de monje
o
algo así como un acróbata del verbo.
Pero
tampoco entonces el poema
perderá
su valor de piedra oculta
y
hasta el ojo más vano e ignorante
comprenderá
que no hay belleza en la palabra
sino en el largo viaje a donde va el suspiro.
Esa
tarde, en aquel café, Fernando sacó un ejemplar de La Edad de las Esfinges, lo autografió y me lo regaló. Un libro que
primero fue un gran honor, y después, cuando lo leí, un enorme presente, por la
calidad de su contenido. En mi próxima crónica les compartiré mi lectura de
esa obra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario