La vida
Israel González
1
Estaba a un paso de iniciar la escritura de su primer libro de poesía, cuando un
arbolazo lo mató.
2
Nunca pensó llegar a los cincuenta; pero ahora que estaba en los cincuenta y seis,
hipertenso y con una diabetes incipiente, no había manera de decir que no, de dar
la espalda a los días –pocos o muchos- que le quedaran de vida.
3
Maldito tiempo. Malditos segundos y malditos minutos que nunca dejan de pasar;
indiferentes al sudor que brota de todas partes y al corazón que late como tambor
a punto de reventar; devoradores de todo lo que es, de todo lo que piensa. Un día
he de ganarte, tiempo. Un día he de sortear sin angustia tus olas inconmovibles e
ir más allá.
4
Cuando volvimos por la tarde a casa, estaba allí, pegada en la pared blanca de la
sala, sin moverse, como un tatuaje oscuro que hubiese dejado la noche. ¿Era el
alma de quién? ¿Premonición de qué?
5
No vivió mucho tiempo. A los dieciséis años el médico detectó leucemia. El cáncer
llegó como acostumbra: sin avisar. Sin avisar, una noche comenzó a desangrarse.
Sin avisar, sobrevivió a las quimioterapias un año y seis meses. Y así, sin avisar,
un día nos enteramos de su muerte.
6
Vivir ochenta, noventa o cien años es abofetear a la muerte y burlarse de la vida.
¿Qué se hace a esas edades estratosféricas? ¿Cómo se vive? ¿Se vive?
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