La forma del agua
por Israel González
“No obstante –oh
paradoja- constreñida
por el rigor del vaso
que la aclara
el agua toma forma.”
José Gorostiza,
“Muerte sin fin”
Una ciudad y una época que
ya no son; un oficial autoritario, déspota, brutal, igual que siempre; dos
amigas, una blanca, soltera y muda, la otra negra y casada; la soledad de un
hombre maduro homosexual; y un hombre-pez llevado a los Estados Unidos desde
las aguas lejanas de Sudamérica para ser estudiado o exterminado.
Pero no es la historia del
hombre-pez (Guillermo del Toro, “La forma del agua”, EE.UU., 2017) lo que
importa, ni la disputa entre las mafias rusa y estadunidense por apropiarse la
“curiosidad”, ni el trabajo como aseadoras de las dos amigas, ni la vida de una
de ellas con un hombre casi inexistente, no, lo que importa es la relación del
hombre-pez y la delgada mujer muda que limpia el laboratorio para
investigaciones de “la súper potencia”, relación que al principio es de curiosidad, temor y rechazo y que, poco
a poco, se va transformando en acercamientos y, finalmente, en amor.
Si el amor, como el agua, no
reconoce forma hasta que se enamora y toma la de los cuerpos de los amantes,
¿importa que una mujer muda y un hombre que no alcanzó a ser hombre se amen?
Ante la prohibición y la
brutalidad el amor se rebela y ,como el agua, busca cauces. El policía malvado
no ha de triunfar sobre el romanticismo de los amantes. El soplón se quedará
mudo. Las rejas se transformarán en alas. Y la lluvia -propicia, salvadora-
llegará a revivir, a transformar todo.
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