Bellas de noche
Israel González
“Juventud, divino
tesoro,
¡ya te vas para no
volver!
Cuando quiero llorar,
no lloro…
y a veces lloro sin
querer.”
Rubén Darío, “Canción
de otoño en primavera”
Los cabarets, el
incendio que provocaron las vedettes con sus cuerpos desnudos, la danza
voluptuosa, el canto o el violín, el abrigo deslumbrante, la dádiva generosa,
el lujo desbocado no existen más, pertenecen a una época que cerró sus puertas
para siempre. Luego sopló el tiempo y derribó las casas y se llevó los escombros.
Olga Breeskin, Princesa
Yamal, Lyn May, Rossy Mendoza y Wanda Seux(“Bellas de noche”, María José
Cuevas, México, 2016), son las sobrevivientes de aquellos tiempos en la Ciudad
de México que todavía no era.
¿Y qué ocurrió cuando se
esfumaron los aplausos, los regalos, los mimos; cuando la juventud empezó a ser
nomás un recuerdo? ¿A dónde fueron? ¿Qué hicieron? Porque dedicadas a cuidar y
a exhibir su cuerpo supieron de la soledad sólo en el cuarto de hotel. La
juventud y el dinero florecían a manos llenas y el futuro no importaba. ¿Cuándo
ha importado el futuro a la belleza y a la juventud?
Del cabaret saltaron al
cine, a las películas de ficheras, donde Lyn May fue una de las consentidas,
junto con Sasha Montenegro, por sus enormes y voluptuosas caderas.
Olga Breeskin aderezaba su
presencia con el violín. ¿O fue al revés? La Princesa Yamal y Rossy Mendoza
danzaban inmejorablemente.
Llegó el tiempo de la piel
marchita, de la enfermedad, de la carencia económica para la que no supo
ahorrar y de la soledad necesitada de aplausos. Pero no hay vuelta atrás. La
vida continúa, hermosa e implacable.